19/12/09

PALABRAS DE RAFAEL INOCENTE EN LA PRESENTACIÓN DE "DISCURSOS CONTRA LA BESTIA TRICÉFALA"



Sala La Palabra del Mudo-Feria del Libro Ricardo Palma

5 diciembre 2009

Congo, Konrad, Coltan

Estos días he releído a Konrad. He visto nuevamente a los niños severamente desnutridos del Congo y he conocido al Coltan. ¿Qué tienen en común estas tres palabras? Veamos. La desnutrición severa aguda es un grave problema de salud pública, cuyo tratamiento va a caballo entre la medicina clínica y los programas sociales que dependen de los gobiernos y la ayuda internacional humanitaria. Esta es una enfermedad en la que todas las funciones vitales del individuo se encuentran deprimidas por grave escasez de alimento, el cuerpo ha gastado sus propias reservas energéticas y el individuo enflaquece dramáticamente. Los músculos y reservas grasas se consumen y vemos sólo hueso y pellejo, niños con cara de viejo y mínimas probabilidades de seguir con vida, como los niños del Congo. En esta situación de debilidad generalizada fallan los riñones y la absorción intestinal, la capacidad del sistema inmunológico disminuye a niveles despreciables, las infecciones se multiplican y aparecen los síndromes de inmunodeficiencia… ¿alguien dijo SIDA? Este síndrome, el SIDA, fue estudiado inicialmente en el África sub sahariana y se denominó hasta la década del 60, síndrome de inmunodeficiencia nutricional adquirida. Desde hace dos décadas,la farmacracia y las transnacionales lo han bautizado como SIDA y le han echado la culpa a un retrovirus.
La desnutricion aguda severa afecta a los países africanos, la India y el sudeste asiático, en donde mueren de hambre miles de niños diariamente ante la anomia de la ONU. En el Perú, este tipo de desnutrición es mínimo. Lo que nos afecta es la desnutrición crónica, un serio retraso en el crecimiento que por lo general no representa una amenaza inmediata a la vida, pero cuyos efectos a largo plazo pueden ser delicados sobre todo para el desarrollo de la capacidad cognoscitiva de los niños afectados. En el Perú la desnutrición crónica no mata, pero sí enferma. Afecta no sólo el crecimiento y la capacidad volitiva, además tiene efectos graves en la capacidad de aprendizaje del futuro ciudadano, si es que no ha creado ya cretinos rotundos que irán a las urnas en rebaño a elegir al próximo ladrón y su banda para que asalte por otros cinco años.
Si ubicamos los mapas del hambre mundial y de la desnutrición severa aguda y correlacionamos estos fenómenos con las guerras, la presencia de riquezas naturales en los ¿países? afectados y la acción de las transnacionales en dichos lugares, Fobos y Deimos aparecen ante nuestros ojos.
La llamada República Democrática del Congo, Ruanda, Uganda, Etiopía, el África subsahariana, poseen en el subsuelo ingentes cantidades de oro, cobre, cobalto, estaño, diamantes y uranio y las prospecciones de las compañías multinacionales de la minería apuntan a que tienen por lo menos para cien años más de extracción continuada sin pagar un centavo de canon o dejando “más que sea su voluntad”, en complicidad con el gobierno, los militares convertidos en señores de la guerra y el silencio cómplice de organismos internacionales. Pero eso no es todo. En el corazón del África se encuentra por lo menos el 80% de todo el oro gris del mundo, el coltan. ¿Qué es el coltan? Es un mineral estratégico compuesto por la columbita y la tantalita, insumo indispensable para la industria de la telefonía móvil, la fibra óptica y las centrales atómicas. Condensadores, capacitores de alto poder, nanopiezas para armas de guerra electrónica y para la industria de videojuegos, laptops y tableros de naves aeroespaciales, todas requieren indefectiblemente coltan, por su contenido en tantalio y niobio, elementos de altísima resistencia a la oxidación y con una gigantesca capacidad para almacenar energía en reducidas dimensiones. Nokia, Sony Ericsson, Hitachi, Samsung junto con transnacionales de la minería intercambian coltan por armas a las milicias genocidas y los más bondadosos truecan coltan por alimento terapéutico que ellos mismos preparan para salvar niños de la hambruna que ellos mismos provocaron. Aún hay más: recientes exploraciones señalan que en la selva amazónica se encontrarían además de agua, biodiversidad, gas natural y petróleo, reservas formidables de coltan. ¿Y de cuánto dinero hablamos? Si con los diamantes las ganancias de los gobiernos africanos y sus cómplices ascendían a 300 mil dólares mensuales, con el coltan pueden superar fácilmente el millón de dólares. El silencio compinche de los organismos internacionales, simples observadores de la muerte, ha ocasionado la muerte de casi 12 millones de personas en el corazón del África en los últimos 15 años, sea por hambre, fusilamiento o machetazos. ¿Alguien habló de genocidio?
Ahora, ¿Qué diablos tiene que ver todo esto con la literatura? Como bien afirma Gregorio Martínez en el prólogo a La Bestia Tricéfala, el preludio artístico siempre se adelanta a las constataciones de la ciencia, a los análisis de la teoría política o económica…
En 1902, un escritor polaco, marinero y aventurero, llamado Jozef Konrad, publica la novela El Corazón de las Tinieblas, historia de un viaje al África. Un marinero inglés llamado Marlow va en busca de Kurtz, un traficante de marfil que acaba enloqueciendo en la selva africana. Konrad había recorrido previamente gran parte del continente negro, colonizado en ese entonces por la Inglaterra victoriana de la que él mismo se hizo súbdito y había remontado el caudaloso curso del río Nzere, Zaire o Congo. El mismo Konrad declararía poco después de su viaje al Congo: “antes del Congo yo no era más que un simple animal”. ¿Qué quiso hacer Konrad al contar esta historia? Esta novela puede leerse —y tal vez lo sea en parte— como un alegato contra la colonización, pero su reflexión moral va más allá de una situación histórica concreta. Kurtz llega al Congo repleto de ideales de progreso. Incluso lleva consigo una guía de lo que hoy llamaríamos comercio justo y tarea civilizadora, casi un funcionario de oenegé humanitaria. Pero el viaje que hace es un viaje a los infiernos, un descenso por el río del olvido, simbolizado en el río Congo y la jungla africana. Pero, cuidado. Las tinieblas no sólo están en la selva preñada de hipopótamos, leones y cocodrilos. Tampoco en las tribus guerreras que Kurtz ha conseguido domeñar gracias al terror que ha impuesto. La raíz última de oscuridad es otra, es “el mal escondido en las profundas tinieblas del corazón humano”. Kurtz no ha podido mantener la disciplina necesaria para conservar su conciencia moral, su humanidad y la avanzada de progreso que quiso representar sucumbieron a la codicia por las riquezas y el tráfico del coltan de aquellos años, el marfil de los elefantes. Éste es, letras más, letras menos, el argumento de esta magnífica novela. Tal vez Konrad jamás imaginó que un siglo después, en el corazón de la jungla africana que alguna vez él recorrió, aquella arenilla que hoy llaman coltan, y la oscuridad del alma humana, provocarían tanto horror y muerte en el continente más expoliado del planeta.
Esta noche presentamos La Bestia Tricéfala, hartos de la literatura que se mira el ombligo, hartos del discurso oficial que pretende desligar literatura de política, hartos de la crítica falaz, que restringe el campo de lo literario a lo consagrado social y culturalmente, hartos de aquellos que pretenden hacer de la literatura mero entretenimiento y alucinación metafísica. Parafraseando a aquellos geniales punks británicos que le pusieron música a los postulados de Karl Marx, Gang of Four: la guerra de guerrillas es ahora contra el nuevo entretenimiento.
La literatura no sólo debe contar una buena historia: debe también sacudir la conciencia moral de la gente, exacerbarla hasta el límite, hasta hacerla cuestionar su propia vida y su credo y recuperar esa esencia de humanidad que no puede ser oscurecida por las tinieblas que impone un sistema creador de clientes automatizados. Tal vez sea mucho pretender. Muchos dirán, pero esa no es labor de la literatura y quién sabe y tengan algo de razón. Tal vez así lo presintieron el solitario Martín Adán, indigente por decisión propia, a quien un presidente quiso nombrarlo ministro o José María Arguedas, quien se suicidó consciente que la solución al problema no era la literatura, afirmando antes de pegarse un balazo frente al espejo de un solitario baño en la UNALM: ¿Y cuándo no haya la imprescindible urgencia de ganar plata? Se desmariconizará lo mariconizado por el comercio, también en la literatura, en la medicina, en la música, hasta en el modo como la mujer se acerca al macho.”

Gracias por estar con nosotros esta noche.

Rafael Inocente