11/1/11

Claudio Simiz


De Nugae y otros poemas (inédito)

Vida del hombre

A José en cincuentena.

I

La vida de un hombre

tiene un rumor parecido al de sus miedos

un diámetro algunos años luz más breve que sus sueños

un matiz donde luchan la dulzura el hedor de la rutina.

La vida de un hombre

queda casi siempre

a prudencial distancia del recuerdo

en sinuosa indulgente vecindad del olvido.

La vida de un hombre

es un racimo de días de la infancia

este vino añejado adulterado

cada noche

trago a trago.

II

Estamos preparados para la muerte

no para esperar la muerte

estamos pertrechados para la lucha

no para abandonar la lucha

nuestro oído creció para el fragor

no para el silencio.

Nunca seremos otra cosa que nuestra voz.

III

No

ni tus papeles

ni tus lágrimas

ni siquiera tu sangre tu semilla

no

otra cosa llevará tu nombre

cuando arrecie

cuando amaine

el furor de los días

Y no será tu fatiga

tu esperanza

tan rotundas

tan íntimas

no será la suma fortuita de los almanaques

no

Tu huella sin perímetro

sin hondura

sin dueño

será el aire

transitando tus horas

tus pulmones

tus calles.


De Tríadas, Amaru, 2009.

La piel

Solo una cosa tenemos para siempre:/las cicatrices de la verdad en nuestra piel./ Lo demás/ son los callos/ los guijarros del día/ erupciones de una pasión efímera/ escoriaciones de una pedrada cósmica que no supo esquivarnos./

El corazón es ciego y sordo/ late/ prefiere no saber nada/ late/ ignora sabiamente/ desde qué tarde le llegará tu ausencia/ a decirle “eso es todo”.

Memorial de Palestina, De las formas del ser

Gaza, diciembre de 2008


De pronto uno puede no existir/ mientras iza las velas de la furia/ y repite en voz alta salmos inmemoriales/ y planea cada paso/ cada tiro/ por enésima muerte/

De pronto/ un instante/ ahora por ejemplo/ uno puede no existir/ con toda la osamenta de un dinosaurio adentro/ y encima una coraza de bulldozer en ristre/ y unas alas flamígeras/ aceradas/ murciélagas/

De pronto uno puede ser el esqueleto/ de lo que fuera un templo/ el hueco donde hasta ayer correteaban los niños/ el agua la ambulancia/ que no llegó o que llegó a destiempo/

De pronto uno puede ser el polvo de sus propios zapatos/ y seguir marchando.

Claudio Simiz

Argentina

Mariana Bernárdez.



Ganar silencio en el exceso o en la ausencia

Aquietarse para vislumbrar el movimiento ligero

Rastro apenas logrado

cuando palpas la humedad de la tierra

para descubrir el abismo de adentro

Contener el cuerpo en su arrojo

aún de que la finura del aire

lo seduzca prometiéndole plumaje

Sentir los músculos en tensión

Saltar

Escuchar el chasquido de las pezuñas contra las piedras

el aliento entrecortado de la carrera

y la lanza en la diestra deslizándose en vuelo.

Mariana Bernárdez. Alguna vez el Ciervo. México: Editorial Praxis, 2010.



Ortografía y lenguaje


Por Luis Jaime Cisneros

Inicio el año hablando sobre el lenguaje, mi área de combate desde hace casi cerca de 90 años. Apenas observamos el lenguaje, advertimos su eficacia como instrumento de cohesión. Descubrimos su valor como consolidador de la vida civil no bien abrimos el periódico: la prensa, a través de la lengua, nos conecta con el mundo entero. Comprobamos su eficacia cuando, en el ejercicio diario, elevamos solicitudes, redactamos informes, preparamos manifiestos, protestas, adhesiones. Y lo volvemos a comprobar en el campo de la literatura, si nos entregamos sosegadamente a gozar algunas horas del ensayo, la novela o el cuento. Es decir, el lenguaje nos une a todos cuantos hablamos español, pues al oírnos y entendernos reconocemos que una vieja sangre nos respaldaba y aseguraba el perfil. Nos une, a través de infinitas traducciones, con todos los pueblos del mundo. Signo, pues, de cohesión, revela eficazmente nuestra voluntad de persistir y de comunicarnos. Por eso el primer síntoma de la soledad es la incomunicación.

Un maestro estará pensando que si no hablo de ortografía, no estoyhablando de lenguaje. Cuando decimos ortografía estamos mencionando ‘escritura correcta’. Aludimos al acierto en la acentuación, en la puntuación y en el esmerado uso de las letras-signos. Si escribimos sofa, en lugar de sofá, ciertamente no hay ortografía. Y no afirmaremos la existencia de ortografía mientras no están sustituidos los debidos acentos.

Cuántas veces nos acosan reclamándonos métodos que enseñen a adquirir ortografía. La respuesta no suele hacerse esperar: leer y leer constantemente, ejercitarse en el manejo del vocabulario. Porque para aprender a escribir con decoro las palabras debemos saber que tales palabras existen dispuestas para el uso, y conocer sus aptitudes de significación. Muchas veces la ortografía es culpable de que la gente tuerza el significado de las palabras. Vaya un ejemplo aleccionador. El diccionario nos ofrece acecho y asecho. Es decir, acecho con ‘c’ y asecho con ‘s’. Suenan igual. Lo repito: suenan igual, no hay distinción en la pronunciación de una u otra. Pero no dicen lo mismo. Acechar significa “observar, aguardar con algún propósito”. Asechar es, en cambio, “poner o armar asechanzas”. Y asechanza es “el engaño o artificio para hacer daño a otro”. O sea, acechar no aclara ni califica el propósito de quien observa; en cambio asechar anuncia el propósito de daño. Un simple cambio de letra puede, como se ve, alterar el sentido; era, por eso, cambio importante. Como estos, hay otros casos ilustrativos. Aquí tenemos acerbo y acervo.

Hay que insistir en una observación auditiva: suenan igual, de modo que nada contribuye el sonido a distinguir ni precisar el significado. Pero acerbo significa “áspero al gusto” y vale, en sentido figurado, por “cruel, riguroso, desapacible”. En cambio, acervo es “un montón de cosas menudas, como trigo, cebada, legumbres” y significa también “el haber que pertenece en común a los socios de una compañía civil o comercial”. Sería, pues, faltar el sentido y formular un disparate si escribiéramos una frase como la siguiente: “El carácter acervo de la niña era acechado por sus padres”. ¡Un disparate!

La ortografía, o sea la escritura correcta, evitará siempre que incurramos en escándalos de esta naturaleza, al tiempo que nos permitirá enriquecer nuestro vocabulario. Nuestra experiencia lingüística nos tiene acostumbrados a reaccionar con determinadas frases. Por eso no tenían sentido unos ejercicios acostumbrados en la escuela (los famosos percentiles), que eran una larga lista de palabras desvinculadas de toda asociación sintagmática. ¿Cuántas veces en la vida oral hemos usado la voz solipismo y cómo podemos asociarla a nuestra vida oral?

Leer y leer vuelve a ser el gran remedio. Necesitamos conocer el vocabulario elemental, con que nombramos cuanto nos circunda. Aprender ortografía obliga a incrementar el vocabulario. Las palabras constituyen nuestro punto de partida para la reflexión ortográfica. No hay ortografía sin vocabulario básico. Necesitamos conocer palabras y agruparlas dentro del mundo de intereses en que nos movemos.


Grupo La República