1/7/08

Juan Benavente

BODEGÓN


Alguien vio y de inmediato pasó la voz, primero a los dirigentes, luego a más vecinos, entonces apresurados todos se juntaron y a la orden del principal dirigente irrumpieron la noche oscura y silenciosa. A lo lejos, cerca al basural se percibía tenue iluminación la de un foco que a duras penas sólo alumbraba parte del poste y un reducido espacio a su alrededor; sin embargo cuando lo inauguraron, ocasionó una fiesta de amanecida con cerveza, ron y cajón.

Agrupados y ocultos detrás de las seis columnas de ladrillo, eran quince que se consideraban fornidos guerreros, aunque a decir verdad sólo tres de ellos tenían tales características. Con impaciencia observaban la presa, cuando se escuchó una voz no tan alta, pero llena de ira, resbaló violentamente hasta los oídos de algunos de ellos.
- ¡Ahora le sacamos la mierda! ¿No, Jesús?
- Un momento, sólo hay que cogerlo y llevarlo a la comisaría, porque así hemos acordado con el sargento; además es uno solo, no veo a nadie más. Hasta que precisó el momento y gritó.
- ¡Ahora! -. Inmediatamente, al culminar con la última sílaba se abalanzaron como feroces lobos ante su presa. Tomado por sorpresa y jaloneado, desesperado no tuvo tiempo de ubicar sus movimientos. Los gritos y los quejidos se estrechaban, destejiendo desordenadamente la oscuridad de la noche. Ante tal alboroto, algunos, cuyas casas estaban cerca, alumbraban con su lamparín el episodio, aún sin entender, sólo se limitaban a mirar, la silueta de la masa humana que iba y venía de un lado a otro. Para los que participan directamente se constituyó en una hazaña más. Después de buen tiempo lograban capturar en base al cartel a la vista: “PROHIBIDO BOTAR BASURA, SO PENA DE CÁRCEL”. El bullicio crecía en la medida que se acercaban a la comisaría. Ya no eran quince, sino más de cincuenta que acompañaban a los tres que fuertemente sujetaban al asustado individuo y seguían a Jesús.
- ¡Alto! ¡Quién anda!
- ¡Soy Jesús Arzapalo, mi jefe!
- ¡Qué deseas!
- Quiero hablar con el Comisario. ¡Aquí le traigo a un indeseable!

El guardia se le acercó sigilosamente y al constatar pidió que sólo ingresaran Jesús y los tres con el sujeto.

- ¡Esperen aquí un momento! – ordenó, señalando el filo de la única acera que había en el lugar.

El Comisario se presentó y mirándolos fijamente por un momento refirió:

- ¿Qué te trae por aquí Cholo?
- Mire mi comisario, usted sabe que nosotros habíamos puesto un cartel que nos envió la Municipalidad para que no ensucien nuestras calles.
- Así es.
- Pues, aquí tenemos a este tipo…
- Ya entiendo… ya era hora hombre; ustedes no sabían quién era el que acumulaba basura frente a sus puertas y este infeliz, era el que les hacía el “avión”, ja, ja, ja…

El comisario soltó una risa por demás burlona, mientras que el individuo con la cabeza gacha observaba haciendo esfuerzo con sus pequeños ojos que a las justas podían captar las imágenes.

- ¡Cómo te llamas!
- Dioni…sio
- ¡Dionisio, qué!
- Dionisio Guarhuachi… señor…
- ¡Ja, ja, ja, ustedes me han traído un cómico o qué carajo! ¡ja, ja, ja! -. Vociferaba el comisario, secundado por los cuatro guardias que encontrábanse acosando a Dionisio cada vez que podían.
- Así es que tú eres el cochino que ensucia el pueblo. ¡No te da vergüenza!
- Así es mi Comisario -. Interrumpe uno de los acusadores – ¡nosotros los sorprendimos y aquí está el bulto de este fulano! – Tiró el costalillo a los pies del viejo adolorido que no cesaba de mirarlo -. Todas las noches bota basura en nuestras calles, ahora no ha podido escapar.
- ¡Mentira! – Indignado, con trémula voz rompió su silencio, el viejo Dionisio.
- ¡No grite aquí carajo! - Le dio un empujón que hizo tambalear sus setenta años, dejándolo de rodillas. - ¡Por qué mentira! ¿Y eso qué es?
Dionisio, aprovechó la posición en que había quedado para tomar el bulto y uno a uno sacaba lo que tenía dentro. Un silencioso llanto interior acompañó su hablar y su lento movimiento.

- Yo no hice daño a nadie con llevarme esto para mis nietecitos que no tienen padres. No estoy ensuciando el pueblo… señor.

Al costado del costalillo sucio, colocó un pollo muerto, un trozo de hueso, seguramente de res, un manojo de hierbas y un zapatito viejo.


Juan Benavente / Lima, 1983.

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