21/3/13

Carolina Cisneros Pinedo



Carolina Cisneros Pinedo (Lima, 1978) estudió Comunicaciones en la Universidad de Lima. 

Posteriormente siguió el curso de Redacción Creativa en la Escuela Superior de Creativos Publicitarios (Buenos Aires Argentina).

Publicó "Noches eléctricas" en la revista Tráfico y el microcuento "La sombra" en el diario Correo.
Actualmente se encuentra editando una novela que será publicada este año.
El cuento que aparece a continuación es una clara muestra de que una nueva voz femenina está madurando rápidamente para enriquecer la literatura peruana



Noches eléctricas

“Los movimientos eléctricos fueron más fuertes que yo… no tenía escapatoria.   Necesitaba volar, sentirme libre”

Ella bailaba desesperada, la música no era suficiente para llenar su alma.
Su cabello azabache no permitía verle el rostro por los movimientos que se salían de órbita, más potentes que una máquina excavadora.
Llevaba una minifalda blanca, botas blancas a la altura de las rodillas, gafas azules colgando en su pecho y una camisa metálica de mangas largas.
Las luces giraban en torno a ella. Era la estrella.
Pero a Leia no le importaba la gente; se concentraba con los sonidos eléctricos que retumbaban en su mente.

La música electrónica ensombrecía el lugar al estilo de David Vendetta, “Dark Room”.
Por momentos danzaban bailarinas exuberantes, vestidas con microfaldas negras, ligas y  politos escotados, tratando de amenizar la noche y subir al máximo las revoluciones de excitación.
Un grupo de chicas en fila se movía lo más sexy posible, a la espera del mejor postor. Y las que tenían pareja  no bajaban la guardia frente a una posible arpía.

Leia bailaba sola, con los ojos cerrados, en un extremo de la pista. Agitaba las caderas y los brazos de manera sensual y rápida. Por momentos saltaba. Varios la contemplaban hipnotizados. Otros comentaban sobre sus movimientos intensos. Algunos chicos la abordaban tratando de seducirla, pero ella mostraba total desprecio. Algunas chicas se divertían observando los rechazos, mientras otras se burlaban de ella.
Las bailarinas, atentas a las escenas, se contorneaban con más fuerza.

Al no quedar tranquilos, un chico de pelo color verde, se acercó a Leia tratando de abrazarla. Ella, irritada, hincó sus ojos azules sobre él. Caminó intempestivamente hacia el centro de la pista y se quitó la camisa metálica con desesperación. Se colocó las gafas azules que tenía colgada y retomó sus movimientos al compás de los sonidos  eléctricos.
Llevaba dentro un bibidí blanco y un rosario negro.

Las descargas eran más potentes y rápidas. La gente se tornaba neurótica y salvaje. Las cuatro de la madrugada no era suficiente para nadie.
Desde las bebidas más exóticas hasta los energizantes más poderosos rondaban.
Las drogas corrían por doquier, haciendo más grande el placer de sentir y bailar.
Los comandos mixtos se alineaban en sus puestos. Todos los ojos estaban puestos en Leia.

Un grupo de chicas la rodearon y empezaron a bailar formando un círculo. No se podía saber si era un escudo, una trinchera o una barricada.
Leia, sin prestar atención a su alrededor y sumergida en los sonidos, se cogió la cabeza sacudiéndola de un lado a otro.

A los pocos minutos un chico se acercó al gran escudo y todas se agarraron de las manos para no dejar que ingrese. Él pidió una explicación.
 -     Primero baila conmigo, luego podrás tenerla- dijo Flavia, la comandante del plan.

Él aceptó y ella salió del escudo para bailar.
Luego de cinco minutos ella le guiñó el ojo y riéndose se dirigió al baño, mientras las otras se volvían a agarrar las manos.
Él, engañado y vencido, ante la mirada molesta del grupo de chicas burlándose, optó por regresar a su sitio.

Leia no tomaba alcohol ni iba al baño para meterse éxtasis. Solo danzaba.

Uno de ojos rasgados y camisa blanca se acercó al escudo para negociar. Flavia respondió señalando con el dedo:
- Primero tráelo a él. El que tiene el pelo negro, ojos verdes y está vestido todo de negro. También al moreno con la camisa abierta. Y al rubio con pantalón de cuero.
-     - Si quieres acceder a ella que primero bailen con las chicas.
- Espero que no vengan con estupideces porque me voy a enfurecer- dijo él.
- Esta vez es en serio- respondió ella tratándolo de convencer.

Los tres solicitados aparecieron y tres chicas salieron de sus lugares para el ritual.
Una empezó a besarlo, la otra lo manoseaba por todas partes y la tercera solo lo coqueteaba.
Los chicos se dejaban manipular para no estropear el plan.
Luego, una de ellas le pidió el número y este no le quiso dar, otra propuso a su pareja ir a un hotel y no aceptó, y la tercera lo retenía porque él quería huir.
Las tres histéricas dejaron a sus parejas y regresaron otra vez a conformar el escudo, incumpliendo lo prometido. Ellos extremadamente irritados las siguieron pidiéndoles una explicación.
Flavia se rió descaradamente por haberlos hecho quedar en ridículo. Y uno de los chicos, el de ojos verdes, con toda la rabia contenida, se desahogó dándole una cachetada hasta derribarla.
-          ¡Acaso estás imbécil! – Gritó uno.
-          ¡Ella es mujer! – Dijo otro
-          ¡Eres un animal! – Continuó un tercero.
-          ¿No te das cuenta que esta zorra estuvo burlándose de nosotros? – Él se defendió.

Flavia muy enfurecida se levantó y corrió directo a él para agarrarlo a puñetazos. Las chicas le siguieron los pasos.
Los que observaban, para evitar una masacre, optaron por cogerlas del brazo, otros por cargarlas por atrás. Una de las bailarinas, ubicada en el centro de la gresca, estaba siendo cargada en vilo, y por descuido tenía la falda arriba.
Todos se quedaron estupefactos porque además de no llevar calzón, poseía unos glúteos prominentes. Las demás chicas se escandalizaron viendo al chico de pelo verde cómo babeaba al costado de ella, casi tocándola. Ellas lo empujaron con todas sus fuerzas.

Las descargas llegaban a su máximo voltaje. Leia, con los brazos extendidos a los costados, daba vueltas como si estuviera perdida en el espacio.
Por el impacto el de pelo verde chocó con Leia. Ella y sus gafas cayeron al piso. Las luces intermitentes botaban 15 destellos por segundo y los sonidos repetitivos explotaban.
Leia cogió la cruz que llevaba en el pecho y con una sonrisa empezó a mover los brazos y la cabeza de una manera desequilibrada, frenética. Estaba convulsionando. Sus ojos desorbitados y la espuma que salía de su boca manifestaban una sensación de libertad, de placer.
Nadie se percataba de su ataque de epilepsia.
Al instante apareció un hombre de seguridad y fue a llamar a la ambulancia.
La pelea entre los demás seguía. Las botellas volaban por la pista de baile, cayéndole a quien sea y los gritos, más aterradores que los de un torturado, parecían venir de un centro psiquiátrico.

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