5/12/08

El poeta de los sueños juveniles Enrique Verástegui

Con su cabeza de coliflor y sus enormes anteojos, el poeta Enrique Verástegui sigue en la poesía que es su vida misma. Incansable, trabaja duro y tiene varios libros que esperan en la puerta del horno de varias editoriales. Está muy contento por ello, pero más contento aún porque vive al lado de su inmenso amor: su madre, doña Romelia.

Hay gente que aún cree que el poeta Enrique Verástegui sigue viviendo en Cañete. Ocurre que su viaje, en 1985, ha sido más publicitado que su regreso, en 2001. Es que fue un retorno repentino y sin avisos. “Volví porque mamá quiso venirse a Lima”, dice pausadamente, así como hablan los poetas. “Me había ido porque sentía que ya no me gustaba el ruido de Lima”, agrega. Porque escribe demasiado, Verástegui habla muy poco. Es parco.

Sin embargo, curiosamente, en esta mañana un tanto fría, el poeta quiere hablar y el silencio de la sala se oculta. Unas botellas de ‘Pisco Verástegui’ inquietan la sed, pero son sólo de exhibición (del negocio de su hermana). Una ‘Pentium IV’ reposa a un costado. Es una mañana apacible en La Molina. El ruido se ha quedado en el centro de la ciudad. A lo lejos, el silbato de un heladero resucita una y otra vez.

“Extraño las noches de luna llena y el cielo estrellado de Cañete”, dice. Luego calla, quizá porque recuerda que su casa ha sido destruida por el terremoto del 15 de agosto del 2007 o porque quizá oye en silencio el auxilio de tanta gente.

A pocos metros, desde una silla, doña Romelia, su madre, de 93 años de edad, nos mira de reojo y continúa con el buril dándole forma de ángel a un trozo de madera. Fotografías en blanco y negro hablan en las paredes. En el centro de la sala, rodeado por los muebles, en una mesita-mostrador se exhiben algunos ejemplares de la vasta obra del poeta: Los cuatro textos que conforman su libro Ética: Monte de goce, Taki Onqoy, Ángelus Novus, Albus; el muy celebrado En los extramuros del mundo (un ejemplar de la primera edición: Lima: Milla Batres, 1972); Praxis, asalto y destrucción del infierno (1980); y unas pruebas de un libro nuevo:El análisis de la Poesía.
–¿Y este libro?

– pregunto.

–Es un texto de ensayos que trabajé con el editor Casimiro Ramírez de “Bracamoros” y, si todo sale bien, la Biblioteca Nacional del Perú lo publicará pronto.

Más que una madre
Doña Romelia sigue en lo suyo, y al verla trabajar así, con tanto esmero y pasión en su escultura, a uno le dan ganas de seguir el camino de ese arte. Doña Romelia es un motivo fundamental en la vida del poeta y no sólo porque es su madre sino porque doña Romelia es su amiga. Madre e hijo, doña Romelia y Enrique Verástegui dan ejemplo de cómo cultivar el cariño.

–¿No cree que estamos perturbando a doña Romelia?

– pregunto.–No. Ella está muy bien así

– dice. Doña Romelia entonces nos mira de reojo y nos regala una sonrisa sublime.

–Me han contado que hace poco se ha presentado una nueva tesis sobre tu libro En los extramuros del mundo.

–Es verdad y fue en París. El profesor Erick Jasen en la Universidad La Sorbona obtuvo su máster con un trabajo sobre mi poesía y eso a uno lo pone contento.

Las cortinas de la sala están semiabiertas y ahora sale un esplendoroso sol, mientras mariposas danzarinas juegan con las flores y me distraen. Pero Verástegui está irreconocible. Quiere seguir hablando y yo lanzo otra pregunta.

–¿Qué pasó con su novelón de 800 páginas?

–Ah, El sueño de una primavera de occidente se la he obsequiado a la bella profesora argentina de griego y latín Alba Delia Fedeo. Ella labora en la Universidad de Mar del Plata. El editor Germán Rentería, de Rentería Editores, hizo la edición en Lima y sólo falta publicarla. Ya saldrá algún día.

–¿Supongo que tiene otros libros que esperan?

–Así parece. Me gustaría que salgan ya “Teoría de los cambios” que lo elabora la editorial Sol/Negro; Estudio: Eureka que lo trabaja la editorial Arte/Reda; y también “El saber de las rosas”, que es un libro que me gusta mucho pero no te cuento más porque me pueden robar la idea, como ha sucedido ya con otros libros.

–¿Con cuáles, por ejemplo?

-No. Hay que dejarlo ahí.

Un libro por día
Predestinado para la escritura, Enrique Verástegui nació en Cañete el 24 de abril de 1950. Se enamoró tempranamente de la poesía o ¿la poesía se enamoró de él? Nadie sabe. Fue un niño lector y muy católico (hasta ahora lo es). En aquellos tiempos de su primera comunión solía leer hasta caminando.

Cuando vivía en Cañete declaró para la revista “Caretas”: “A los cinco años de edad terminé Las mil y una noches y muchos otros libros, a los nueve años ya conocía toda la poesía peruana. Hoy, soy el mismo adolescente de siempre (…) Actualmente leo ‘tan sólo’ un libro por día”.

Hacia 1970, por sugerencia-orden de su padre, ingresó en San Marcos a estudiar Economía. Poco tiempo después, con su África Look y su cigarro, tocó la puerta de Hora Zero que un mes antes había sido fundado por los poetas Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz (fallecido hace poco) en el entonces Café Lux, cerca de la Plaza Francia de Lima.

–Yo me quedé en ese grupo hasta 1971. Siempre trataba de que los integrantes de Hora Zero no se peleasen tanto con los poetas de las generaciones anteriores. Ellos habían escrito un manifiesto parricida y lo leyeron, dicen, en el bar Palermo, donde también nació el grupo Narración– refiere. Hacia 1972, Milla Batres Editorial publicó su libro En los extramuros del mundo. Enamoradísimo de su musa la poeta Carmen Ollé, luego escribió tanto hasta convertirse en uno de los poetas más reconocidos en Latinoamérica. Cuando Verástegui escribe no cuenta las hojas que va llenando. Sus cuatro textos que conforman Ética, por ejemplo, suman 1,200 páginas.

Cuando transcurrían sus 26 años de edad, en medio de la dictadura de Francisco Morales Bermúdez, en 1976, ganó la prestigiosa Beca Guggenheim de Nueva York. Entonces, para escribir y estudiar, viaja a Barcelona, a Mahon, a las islas Baleares y a París.

–Vivía cerca de la Torre Eiffel y la veía todos los días– recuerda.

Vuelta al terruño
Al volver a Lima, se dedicó a la poesía y a la bohemia hasta que cierto día, para ordenar ciertas cosas de su vida, volvió a Cañete. Allí terminó Ángelus Novus y escribió El sueño de una primavera de occidente. Pasó 16 años en esa ciudad “hasta que volví porque mamá quiso venirse”.

–“Vivo con mamá porque es una de las mejores formas de vivir. Para mí, la familia es muy importante; por eso, agradezco tanto a Carmen Ollé y a Vanessa (mi hija) todas las cosas bellas que han hecho por mí”.

Ahora está de nuevo en Lima, en La Molina; esperando que sus libros salgan a la luz; estudiando todos los días desde las seis de la mañana; escribiendo y leyendo horas y horas; anhelando, como siempre, una computadora portátil multimedia para escribir sus nuevos libros que “ya están organizados en su mente”.

–No es nada cómodo escribir en ‘Pentium IV’. La portátil se parece más a un libro, a un cuaderno, y me facilitaría mi trabajo– dice.

Mientras espera su portátil, sigue trabajando como un adolescente en una búsqueda constante de lo nuevo, lo desconocido, que la cultura celta, que la física cuántica, que la nueva matemática del siglo 21, que la lógica, que la cibernética, que las nuevas tecnologías del siglo, que la mística. Dice que está dispuesto a dejar el sedentarismo que le asienta tan bien. Pero ya sabemos que no es verdad… Verástegui esperará ahí, como siempre, hasta que un amigo le toque la puerta.

(1) Doña Romelia, madre del vate, de 93 años de edad, es ahora su grata compañía.(2) Verástegui indica que nunca llegará el momento en que deje de escribir. “Creo que ni en sueños he pensado en abandonar mi oficio”, dice. Para él, la poesía es una forma de vida.(3) “Se piensa mejor junto a las plantas, mirarlas me concentra para hacer mejor poesía”, refiere Verástegui.

Paco Moreno

Redacción La Primera