16/9/09

Marco Antonio Corcuera: el poeta descansa


Texto de Eduardo González Viaña, como un sentido homenaje al poeta Marco Antonio Corcuera (recientemente fallecido):


Siempre que pienso en Marco Antonio Corcuera, lo imagino joven, flaco, con un tic nervioso y enfundado dentro de un terno que le flota. Fue así como lo vi la primera vez que en mi vida vi un poeta. Primo de mi padre y abogado joven de su estudio jurídico, así lo vi cuando yo era niño y adolescente.
Cuando entré a la Universidad Nacional de Trujillo, al lado de mis amigos del grupo “Trilce”, alterné con él y otros dos poetas asombrosos, Horacio Alva Herrera y Wilfredo Torres Ortega. No me quedó duda entonces de que para ser poeta era condición la flacura, el humor y la mayor elegancia.
Esa imagen suya no ha dejado de aparecer en la poesía del Perú desde 1940 en que ganó los Juegos Florales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, junto al contumacino Mario Florián, el celendino Julio Garrido Malaver y el cajamarquino Napoleón Tello Rodríguez.
En los cincuentas, comenzó a publicar “Cuadernos trimestrales”, la primera revista completamente de poesía editada en Trujillo y destinada a poetas y a lectores de todo el planeta. El año 60, su concurso literario “El poeta joven del Perú” descubrió a César Calvo y Javier Heraud, y comenzó a difundir y consagrar a jóvenes que, de otra manera, no habrían sido considerados en esa especie de corte que es el mundo de las letras.
Aparte de las tareas de este desbordante agitador de la poesía, su propia obra es una límpida cantera cuya sencillez invita a leerlo y a recordarlo así como a escribir y a vivir como él en olor de poesía: como él mismo lo diría, con el corazón tendido como una baraja.
La última década del siglo XX, visité al poeta en su casa todas las veces que llegué al Perú y siempre leímos juntos el mismo libro, una antología de sonetos hispanoamericanos. Fanáticos como somos ambos del soneto, coincidimos en que el castellano es la lengua más pura del mundo porque solo con ella se puede remontar a tanta altura y convertir al idioma en una lengua del cielo.
Cuando Marco Antonio sufrió el ataque cerebral que lo postró hace nueve años, viajé desde EEUU a visitarlo. En Lima, una persona ajena me dijo que visitarlo era un error porque el poeta era pero ya no era. No le creí. Fui a su casa en Trujillo. Me puse al lado de su cama con el libro de sonetos, y comencé a leerle los que más nos gustaban, y nos gustan. El que no era volvió a ser el que era y es. Me sonrió. Y allí nos quedamos leyendo toda la tarde y todo el tiempo como lo vamos a hacer cuando no exista el tiempo y nos encontremos en el cielo.
Esta mañana, el periódico dice que Marco Antonio se ha quedado dormido para siempre, y eso no lo creo posible. En vez de quedarse dormido, el poeta ha despertado del sueño que es la vida a la inmensa y permanente vigilia que nos espera en los cielos. Levanto los ojos y entiendo para qué sirve la poesía y veo cómo marcha hacia la luz Marco Antonio y cómo se lo lleva el viento, corazón tendido contra la corriente.
Perfil
el poeta. Nació en Contumazá, Cajamarca, 1917. Estudió derecho en la U. de San Marcos. Publicó, entre otros libros, Sonetos transitivos, Tala en el silencio, El salmo herido, Agua de tiempo .

Testimonio de parte.
Y aparte del sentido texto de Eduardo González Viaña, yo, como Director de BOSQUE DE PALABRAS, deseo agregar mi versión de esa existencia, mi visión del poeta, a quien conocí en la entrega de los premios de la IV edición de "El poeta joven del Perú" (1975). Luego de la ceremonia oficial, en el Municipio de Trujillo, él ofreció un ágape en su hogar. Allí estuvieron algunas de las personas que menciona González Viaña, como es el caso de Horacio Alva; pero también asistió Eleodoro Vargas Vicuña y Rita Pezet, entre otros. Y Marco Antonio, con su mirada triste y su elocuente mutismo, derrochaba generosidad y bonhomía. Conversamos muy poco (casi nada sobre los resultados del concurso), pero de esa breve comunicación extraigo la gran enseñanza del poeta (como todo quien lo es): la modestia o la sabia reserva. Lo dice González Viaña: el poeta Marco Antonio Corcuera no era un dilettante de la poesía, no era un advenedizo de sus lares, como no lo es el pez del agua; pero ¡qué sencillez la de su imperio, qué dominio de su medio! Un medio, como es el de la literatura, tan proclive a la discriminación, no puede menos que rendirse ante la gigantesca modestia de este -ahora- gran viajero del infinito: Marco Antonio Corcuera.
Julio Carmona