3/9/09

GREGORIO MARTÍNEZ Y MICHEL DE MONTAIGNE


Un debate literario en la red

Por: Roland Forgues Peruanista

En octubre pasado, estando yo en Lima en un simposio sobre los “Siete ensayos” un amigo me dijo acerca de un comentario iracundo que un escritor peruano acababa de publicar en su blog y enviar a varios conocidos retándome a un debate sobre Mariátegui, que Internet era la pared de pintas más grande del mundo y frente a eso lo mejor era no leer o ignorar lo leído. Tenía razón y me cuidé de no caer en la trampa de una respuesta que, de todos modos, le hubiera dado la razón al provocador subiéndolo a la cresta de la publicidad mediática que esperaba.

La tentativa de polémica cayó por su propio peso. Lo mismo harán las polémicas que algunos “intelectuales” procuran armar en la blogósfera peruana al “Diccionario Abracadabra” (Premio Copé de Ensayo 2009) de Gregorio Martínez, para ganarse un espacio en el mundo de las letras en detrimento de otros, mayormente dotados, vertiendo su bilis y resentimiento en los comentarios sin percatarse que ello los delata como lo que son. No se trata de una cuestión de línea ideológica derechista o izquierdista a la que suele remitirse la conciencia social, sino de una simple cuestión de respeto al otro y a sí mismo, de moral en relación con la “ética sui generis” de la creación literaria, como afirma Mario Vargas Llosa.

La situación no es nueva en el mundo de las letras y es tan vieja como la prostitución, el más antiguo oficio del mundo. ¿Pero, a qué viene esa comparación? Porque debajo de los blogs y su voyeurismo, anida la impotencia creativa y un inconsciente sentimiento de insatisfacción y frustración frente a la “madre prostituida”, como diría el psicoanalista y crítico Max Silva Tuesta.

No hay palabras buenas ni palabras malas, bonitas ni feas, pero sí hay, parafraseando al Eclesiastés, un tiempo para todas ellas y un momento para cada una. Lo demuestra con creces “Diccionario Abracadabra”. Que esta nueva publicación sea “ensayo” serio y conforme con el concepto de Michel de Montaigne, como dice Martínez y creo yo, o simple “palabreo”, según se afirma despectivamente en un blog, no importa. Es una fiesta de la palabra, que se inscribe en la línea creativa del escritor.

El juego fácil de las rectificaciones que no dicen nada al estilo de “ lean a Montaigne y luego lean a Martínez”, o de las pequeñas citas sacadas de contexto, que intentan desacreditar la honestidad del autor y del jurado que lo eligió, no aporta nada a una argumentación que carece de ética, y por lo tanto de solidez y credibilidad.

Contra sus detractores, como los grandes, Martínez seguirá siendo Martínez, el gran artífice del lenguaje, el diablo músico de la palabra hecha carne, para nuestro mayor deleite de lectores no prejuici Editora El

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