2/6/09

Poemas de: JOSE LUIS RAMOS FLORES


Aqui les dejo al poeta José Luis Ramos y tres poemas de su autoria esperando disfruten del variado matiz de sus letras, desde lo prufundo de su alma y la tierra de Puno.

Aqui estan sus recuerdos - su resistencia por la poesía y el surgir de los pueblos.

Saludos poeta.

 W.G.P


¿EL POETA MORIRA?

¡He visto morir!

Aún laten sus sandalias

¡No ha muerto!

Adulciga  el monocorde latir

Del incólume verso empuñada

En el camino larval,

Ata las lilas por venir

Un llanto un poeta

Abatiré los ultrajes

Desde los fragmentos

De la ribera humana,

Hunde tus cenizas

Olvida el sarcasmo del olivo

Antes de arrancar tus días

¡Poeta Jalquino mi existencia!

Por ti la lluvia emprende

Su marcha final.


Watanabe de piedra

¿Cómo disolver la piedra

Alada de watanabe?

Si de la mantis religiosa

Brota un algarrobo

En madrugadas  de Abrahán

¿Por qué buscar 

A los inmortales de Li Tai  Po?

¿Por qué pintar

 A las oropéndolas

Con alas cortadas por la lluvia?


Mujer indígena


Exiliados nuestras primaveras

Cayeron pausadamente en el olvido

 

¡Mujer indígena, de corpiño virginal!

Se abren tus huellas de polinesia

Apaga mi fogón al amanecer

Si aún anidas tu mirada de miel.

 

¿Cómo saber el destino

De nuestras golondrinas?

Si sucumbió  abatido

Ante tu mirada triste y vacio

 

Cabalgamos el intenso fuego

Hasta abrir el infierno del amor

Mariposa de ceniza amargo

Echare mis velas  del adiós.


JOSE L. RAMOS FLORES 

quechua aymara, lampa, Peru

Para saver más hacerca del autor visita:

http://zorrosdearriba.blogspot.com/


Eduardo González Viaña: "De verdad, César Vallejo en los infiernos"



DE VERDAD, VALLEJO EN LOS INFIERNOS


 

“César Vallejo escuchó los pasos de su madre trajinando en la cocina y tarareando una canción. Su voz era sobrenatural. Iluminaba los espacios y hacía que se perdieran el peso y la densidad de los objetos.

 Escuchándola, y sin darse cuenta, César dejó caer la taza de café y aquella no hizo ruido al chocar contra el suelo. Cuando la madre caminaba cantando, el mundo recuperaba la naturaleza musical de su origen. La luz se partía. Los arroyos y las montañas, el viento y los árboles parecía que cantaban. Llegaba la noche, y hasta la luz de la Luna comenzaba a temblar.”

-Ahora, no me diga usted que este libro es cien por ciento real- me reclama un periodista italiano con motivo de la edición de mi novela “Vallejo en los infiernos” en ese idioma.

 Acaba de leer en voz alta el fragmento anterior, y, aunque lo considera bello, le fastidia que una taza de café no haga ruido al chocar con el suelo.

-No.  No es real.-respondo.

- Ah… ¿Admite usted que lo que escribe no es real?

-No es real una vez. Lo es dos, tres y muchas veces más.

Lo digo por varias razones.

 La primera: Como lo denuncio en mi novela, César Vallejo fue en realidad un preso político y un candidato a pasar largo tiempo en la cárcel o a morir de súbito castigado por sus ideas socialistas. Los críticos y comentaristas de su obra suelen dedicar sólo unas líneas breves –y a veces mezquinas- a este hecho, que es fundamental en la gesta de “Trilce” y en la comprensión de ese libro y del propio país que le da origen.

Nuestro poeta fue testigo y denunciante de un acto criminal ocurrido en Santiago de Chuco, su pueblo, (1920) cuando azuzados por los poderosos, los gendarmes acantonados allí se levantaron en armas, intentaron eliminar a las autoridades locales y asesinaron a un intelectual amigo del poeta. Con piedras y con sus propias fuerzas, los vecinos impidieron que aquello se convirtiera en un genocidio.

La acción judicial fue iniciada contra los gendarmes y sus instigadores. Sin embargo, movida por fuerzas misteriosas, la Corte Superior de Trujillo la convirtió en una investigación judicial contra los denunciantes y las propias víctimas. El juez ad hoc enviado al lugar de los hechos festinó trámites, fabricó pruebas, inventó personas, dibujó firmas de personas ausentes y, bajo tortura, obtuvo la confesión de un supuesto autor material de los crímenes quien decía haber sido armado por Vallejo.

Cuando el abogado del poeta, pidió que el supuesto sicario fuera llevado ante la Corte de Trujillo, la “justicia” lo envió atado al lomo de una mula bajo custodia armada. A la mitad del camino, sus captores lo bajaron del animal y lo mataron a balazos aduciendo que había intentado huir.

Por casualidad, el juez ad hoc era también abogado de poderosas empresas donde habían estallado sublevaciones sociales, Casagrande, que en vez de salarios ofrecía coca y raciones de comida a sus trabajadores, y Quiruvilca, la mina donde miles de indios eran empujados a trabajar 20 horas al día hasta la extenuación, la tuberculosis y la muerte.

En la Universidad de Trujillo, había nacido entonces una generación de jóvenes intelectuales atraídos por el socialismo, por el anarquismo o por la sola idea cristiana de liberar a los oprimidos. Las grandes empresas y sus agentes querían escarmentarlos, inventarles algún sambenito y eliminarlos físicamente si fuera posible. Vallejo fue la víctima escogida, el incendiario, el terrorista de la época.

La segunda razón para aducir la realidad de mi novela es algo que no se suele contar: Vallejo, uno de los grandes poetas de la lengua castellana en el siglo XX, no pudo regresar jamás a su país. Si lo hubiera hecho, habría sido conducido de inmediato a los infiernos de alguna cárcel tremebunda. Ello se debe a que el proceso penal instaurado contra él nunca se extinguió, y sus enemigos anduvieron todo el tiempo buscando la extradición.

Los comentarios académicos obvian este hecho, y aluden a una risible “pasión metafísica” su imposible retorno.

La tercera razón, por fin, es que lo que fue real en 1920 se repite hasta la saciedad en nuestro tiempo. Quiruvilca, -denunciada por Vallejo en su “Tungsteno” y evocada  en mi libro “Vallejo en los infiernos”- se parece entrañablemente en los días actuales a Yanacocha.  Esta mina de oro, la más rica del mundo, se encuentra ubicada en Cajamarca, una región “vallejiana” en la que el setenta por ciento de la población padece extrema pobreza. Las denuncias de contaminación son frecuentes. Por fin, los sacerdotes que encabezan la protesta son amenazados de muerte y perseguidos por una banda de forajidos en estrecha relación con el cuerpo de seguridad de la mina.  

-Amigo Gianluigi.- le digo al periodista. -Tiene usted razón. “Vallejo en los infiernos” no es real una vez. Lo es una y otra vez. Espero que no por mucho tiempo. Y también es real que un facineroso a sueldo, armado de un martillo, esperaba al poeta para acabar con él en las oscuridades del calabozo donde pasó su primera noche.

Esas son realidades diabólicas. Otras, y muy diferentes son las realidades poéticas. Y por obra de ellas, es verdad que la taza de café se quedó flotando.  Y también es verdad que:

“Cuando la madre caminaba cantando, el mundo recuperaba la naturaleza musical de su origen. La luz se partía. Los arroyos y las montañas, el viento y los árboles parecía que cantaban. Llegaba la noche, y hasta la luz de la Luna comenzaba a temblar.”


Eduardo González Viaña,

Perú

De: BOSQUE DE PALABRAS