3/1/09

Antropología de la Espuma de Jimmy Marroquín por Miguel Ildefonso


Jimmy Marroquín (Arequipa, 1970), autor de Dinámica del fuego y Teoría angélica, es una de las voces más interesantes de los poetas surgidos en el Perú en la década del 90, década en que confluyeron distintos lenguajes poéticos que, pronto, se reformularían en nuevas búsquedas. Dueño de un universo que oscila entre el desborde y la armonía verbal, pleno de simbologías, entre la pasión y la reflexión, Marroquín nos presenta este nuevo libro de poemas que podría aludir al conocido verso de César Vallejo (“Quiero escribir, pero me sale espuma”); pero más que tratarse de una espuma desaforada, fuera de control, catártica, en Antropología nos hallamos en la meditación del tiempo y su relación con una de las más altas pasiones humanas: la de la búsqueda de plenitud. El poeta inicial Retorno indica que estamos ante una mirada retrospectiva, la del poeta que avizora el camino a la casa de la infancia: “a una casa ungida por un designio entrañable”, a “la casa abandonada”. Ante las ruinas de estos tiempos, de “destrucción y epifanía”, de “vacío largamente entrevisto”, de “corrosión y deterioro”, de “ceniza”, el poeta se vuelca a su “heredad”, para recobrar esa existencia plena de deslumbramientos, entre las voces de los que habitaron esa casa: la madre, Evelin, Dayana, Omar, José, Renato, Claudia, el padre. El poeta no solo se limita a contar la historia familiar, sino realiza el estudio de dicha historia: es la antropología de un “disidente”, del “hijo pródigo”, a través de imágenes que recuerdan un poco a Juan Ojeda (“y sus fastos de ceniza, y su futilidad evocativa”) y también a Perse (“de los peces de amianto exhaustos en su inclemente noria/ de las sonoridades canaletas clavadas en las pétreas tardes”). Con un buen manejo de las imágenes, Marroquín logra explotar los múltiples sentidos de la espuma: espuma como corrosión de la materia (y de la vida contenida en esa materia), espuma como memoria y exilio (“plena,/ vasta/ insurgente”), memoria como palabra (“la evidencia virtual de la Palabra/ que insaciable me evidencia y me devasta”), memoria como vértigo (“he celebrado su ulterior espasmo/ en la vorágine implacable de la espuma/ y su total dilución.”) entre eros y thanatos. “Porque el mundo es precario”, nos dice el poeta para acusar la condición efímera del goce. Y porque las palabras significan la heredad de aquellos largos resplandores que solo la poesía puede recuperar en un dorado silencio, íntimo, para que vuelvan a brillar por siquiera un instante. Y he ahí la condición de la poesía…