Perfil de Blanca Varela,una poeta en carne viva
13:24 | Este texto fue escrito en el 2005, luego de que la obra de la artista fuera antologada por el INC
Por: David Hidalgo Vega
Blanca Valera, una de las voces más importantes de la poesía peruana, acaba de ser homenajeada con una antología por el INC. El libro, presentado anoche, vuelve a la escena a una mujer de versos desgarrados y vida intensa, que ahora solo quiere estar tranquila
Ningún espíritu puede quedar inmune después de leer a Blanca Varela. Algo se rompe, rasga o tritura dentro de cada nuevo lector. Sus versos son revelaciones que muchos quisieran no tener. Con frecuencia otros autores los toman prestados para, a manera de epígrafes desgarrados, abrir la puerta a las historias más grises. Epígrafes como: “El dolor es una maravillosa cerradura”. O tal vez: “Merodean las bestias del amor en esa ruina/ florece la gangrena del amor/ todavía se agitan las tenazas elásticas/ los pliegues insondables laten”. Y aun más: “¿De qué balcón hinchado de miseria se arrojó la dicha una mañana?”. Todos con su nombre al final. No hay que rebuscar demasiado en sus páginas para encontrar esas frases que parecen alaridos. En el prólogo de una antología que el INC acaba de publicar, la escritora Giovanna Pollarolo advierte: “Para leer a Blanca es preciso disponerse al sobresalto, a la tensión, a la desesperanza y el miedo”. Intriga conocer al puño detrás de esas líneas. Es probable que muchos de sus lectores apenas recuerden su voz. A diferencia de otros autores, Blanca Varela no suele dar entrevistas y sus apariciones en público son más bien discretas. Incluso es poco usual verla en lecturas de poetas. La escritora Rocío Silva Santisteban, estudiosa de su obra y amiga cercana, recuerda una de esas pocas ocasiones, a fines de los años ochenta. “Había pasado varios años sin publicar y sin dar un recital, y Cesáreo Martínez la invitó para leer su obra en el Instituto Peruano Soviético. Fue un montón de gente, porque era como muy raro”. El pintor Fernando de Szyszlo, quien estuvo casado con ella y con quien hasta ahora mantiene una fuerte amistad, también lo considera un privilegio escaso. “No recuerdo haberla escuchado leer sus poemas más de dos veces”, comenta. “Pero cuando la he escuchado ha sido emocionante, porque es muy insegura, conmovida por lo que está leyendo”. Son momentos íntimos: se diría que pronuncia sus versos como si estuviera revelando un secreto a la fuerza.
Silencios
La crudeza de sus versos provoca preguntar si hubo épocas felices en quien los escribió. Las hubo. Una amiga de la universidad de San Marcos la recuerda como una joven hermosa, intensa, de respuestas rápidas. También hay huellas de sus pasos por la recordada peña Pancho Fierro junto con Jorge Eduardo Eielson, Augusto Salazar Bondy, Javier Sologuren: el núcleo de la generación del 50. “Teníamos escapadas a la música con Iturriaga, Pinilla y los Arguedas, José María y Celia. Blanca bailaba muy bien, era muy alegre”, recuerda Szyszlo. En los años posteriores, la poeta se divirtió bailando en París. Octavio Paz —su padrino literario— la llamaba La Reina del Mambo: en la casa del poeta mexicano inventaba formas de bailar el ritmo que llegaba ardiendo desde América. “Siempre tuvo muy buen oído para la música tanto como para la poesía”, refiere Szyszlo. A la poeta de los versos dramáticos incluso le gustaba cantar. Podía entonar valses acompañada por la guitarra de Arguedas, a cuya casa de Puerto Supe llegaba ella con cierta frecuencia. En alguna época compuso boleros. No hay referencias precisas de cuándo ese espíritu empezó a atardecer. “Entre los veinte y cuarenta años tuvimos una vida social muy activa —recuerda el pintor—. Íbamos mucho al teatro Segura. Veíamos obras como “La vida que te di”, de Pirandelo; “Los árboles mueren de pie”, de Casona; “Los hermanos Karamazov”, de Dostoievski. Éramos de ir a las exposiciones, conciertos”. Ella ha ubicado su etapa fundamental en París. Hace cuatro años, en un texto autobiográfico para El Dominical de El Comercio, Blanca Varela describió su gusto por las palabras desde niña, sus dudas de adolescente, sus vivencias universitarias y su estancia esencial en esa ciudad. En ese período se interrumpe su crónica. “Lo que pasó después, lo demás, si no está escondido entre mis poemas, entonces está irremediablemente perdido”, escribió. La madurez la empujó a la reserva. Incluso gente que la conoce de varias décadas recuerda que siempre ha tenido una actitud prudente, ajena a los sentimentalismos. “Es una persona que puede mostrarse cariñosa y preocupada, pero no a un punto que se diga maternal”, dice la también poeta Rocío Silva Santisteban, quien prepara una importante antología de ensayos sobre Varela. De hecho, cuando apareció la primera edición recopilatoria de “Canto villano” —publicada a fines de los setenta por el Fondo de Cultura Económica de México— la poeta quedó un tanto decepcionada porque la editorial había puesto una rosa en la carátula. Al parecer en referencia al poema en que ella afirma que esa flor “infesta la poesía/con su arcaico perfume”. En una segunda edición, la ilustración de la carátula fue cambiada por el cuadro “Perro semihundido en la arena”, de Goya, que sin ser demasiado dramático figura en la serie negra del artista. La poeta quedó encantada. Otro episodio que la retrata ocurrió en los años noventa, cuando, alentada por amigos, accedió a postularse como regidora de Barranco, el distrito donde ha vivido por mucho tiempo. Se acercaba el Día de la Madre y la oficina de cultura organizaba una actividad para las señoras del distrito. “Vinieron a la oficina y dijeron: “sería bonito poner un poema de la señora Blanca”. Entonces yo le digo: “Blanca, ¿tendrás un poema por el Día de la Madre?”. Y ella responde: “Ni pensarlo, no tengo nada. Tengo cosas horribles, todo el mundo se va a asustar””, sonríe Fina Capriata, compañera de esos días en el municipio. Por esos días ocurrió también la tragedia que la marcó irreversiblemente: la muerte de Lorenzo, el segundo hijo que tuvo con Fernando de Szyszlo, en un accidente aéreo.
Penas
Es el Rubicón de su tristeza, la línea de no retorno. Su forma de asumir el luto fue como el presagio de un mayor aislamiento: “Anunció (a sus conocidos) que nadie le comentara nada, que nadie le dijera ni una palabra. Nadie se atrevió a variar aquello”, recuerda una amiga cercana. Pero el dolor quebró su salud. “Fue una tragedia tal que ninguno de los dos nos hemos recuperado nunca”, sostiene Szyszlo. La familia entera fue abatida a un punto extremo. “Las hijas de Lorenzo, por ejemplo, no pudieron hablar durante los primeros cinco años”. El estrecho círculo de personas que la frecuenta en sus almuerzos familiares de los miércoles sabe que su corazón tampoco se reconstruyó del todo. “Ni ella ni yo somos abuelos chochos. Con nosotros ocurre que hemos querido tanto a nuestros hijos, que es como tener una cuenta bancaria que se derrocha. Entonces ha quedado poco para los nietos, aunque los queremos mucho”, dice el padre de Lorenzo y Vicente. Alguna vez, en una entrevista, Varela explicó que en su poesía sintetiza los sentimientos sin referencias directas a la realidad. “Incluso cuando murió mi hijo, un momento muy duro para mí, lo que escribo son poemas sobre el dolor pero no hago referencia al suceso”, afirmó. En realidad, es un tema casi vedado. Uno de sus autores favoritos, el rumano-francés Paul Celan, tiene un poema que bien puede explicar ese silencio: “¿Qué tiempo es éste/en el que una conversación/es casi un crimen/porque incluye/ tantas cosas explícitas?”. Blanca Varela, cuya vida depende de las palabras, sintetizó su dolor pero quedó disminuida físicamente. Por eso ha reducido sus actividades a lo indispensable. Hace un tiempo la Universidad de Harvard la invitó para una lectura de sus poemas, pero ella declinó. Así ha rechazado otras invitaciones. Parece valorar la tranquilidad por sobre todas las cosas. Es su derecho: ha viajado a los límites del espíritu para traer la belleza. Su obra ha pagado sus silencios.
“El libro de barro y otros poemas”
Anoche llegó a la presentación de su antología y se retiró sin decir palabra. Apenas unas fotos, unos cuantos libros firmados. En el auditorio del Museo Nacional de Arqueología y Antropología de Pueblo Libre una respetuosa asamblea se había reunido para homenajearla. La poeta Rocío Silva Santisteban abrió la noche con una reseña de su trayectoria. Recordó los días en que Varela ejerció la crítica literaria, su labor al frente de la oficina del Fondo de Cultura Económica en el Perú y como cabeza de la sección local del Pen Club. “En los ochenta, una antología editada por Javier Sologuren hizo que se volviera una autora de culto entre poetas jóvenes”, apuntó. El escritor Abelardo Sánchez León, otro de los presentadores, destacó su lenguaje, que parece estar “escavado en su propia alma, en su propia manera de ver el mundo”. Luis Guillermo Lumbreras, director del INC —que edita “El libro de barro y otros poemas”—, la elogió como parte de la generación del 50, por que “expresó con su arte parte importante de la historia del Perú”. Ella estaba emocionada. Se notaba.