6/6/09

LA PROEZA DE HAROLD ALVA


¿Alguien busca un editor?
Harold Alva Viale ha publicado un total de 102 títulos con su
editorial Zignos a lo largo de cinco años de intensa labor. Es
decir, dos libros por mes. En un país en que el Estado no demuestra mayor interés por el quehacer cultural, esto es sin duda un gran mérito. Y convierte a Harold en un personaje.

Es sabido que la cultura y todo lo que gira alrededor de ella no ocupa un lugar preponderante en la agenda de nuestros políticos, quienes parecen más interesados en pelearse unos con otros que en ocuparse de asuntos realmente importantes para la vida nacional. Casi no se la menciona entre las decenas de promesas con que los candidatos nos atiborran cada cierto tiempo en las campañas electorales.

El Diccionario de la Real Academia Española define cultura como el "conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial en una época o grupo social". En su segunda acepción, dice que cultura es el "resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del hombre".

En esta oportunidad entenderemos por cultura a toda aquella manifestación artística y/o intelectual que llevan a cabo determinados individuos y/o grupos de individuos con el fin de plasmar, difundir y debatir ideas, sensaciones, sentimientos o inquietudes personales y colectivas de toda índole.

Sin embargo, si nuestros políticos no demuestran mayor interés en promover el quehacer cultural y artístico en el país, en cambio tenemos personas que, movidas por un genuino amor al arte, cumplen un rol que debieran cumplir los estamentos públicos.

Harold Alva (Piura, 1978) es una de esas personas. Desde abril del 2003 hasta marzo del 2004 fue representante del Fondo Editorial Cultura Peruana a través del cual promovió Perú Lee, una colección de literatura peruana cuyos libros eran vendidos a un nuevo sol. En mayo del 2004 fundó Editorial Zignos, sello con el que ha editado hasta la fecha 102 títulos.

Entre sus autores figuran Javier Valle Riestra, Ricardo González Vigil, Arturo Corcuera, Luis Alfonso Morey, el español Justo Jorge Padrón, los chilenos Oscar Saavedra, Héctor Hernández Montecinos y Felipe Becerra, el guatemalteco Alan Mills, los mexicanos Alejandro Tarrab, Estrella del Valle y Abril Medina, y el ecuatoriano Ernesto Carrión, entre otros.

En 1998 publicó el primer libro de poesía de propia autoría y desde entonces van seis. Este año ha sacado su primera novela, Burdel (Altazor, 2009). Es el director del Festival Latinoamericano de Poesía País Imaginario. Ha publicado además las antologías de poesía Los Diez (El Santo Oficio, 2006), 18 Poetas Latinoamericanos (Zignos, 2006) y Literatura de Piura (FECP, 2007).

Sus poemas han sido traducidos por Anthony Seidman para The Bitter Oleander (New York) e incluidos en diversas antologías. Ha participado en festivales de poesía en Chile, Guatemala y El Salvador. Actualmente prepara el II festival de Poesía País imaginario y la edición de Cosmological Me, del poeta chileno radicado en Estados Unidos, Luis Correa-Díaz.

HAROLD ALVA EN SUS PROPIAS PALABRAS

¿Qué dificultades ha encontrado al momento de editar y publicar libros?

Son varias, pero una de las principales es la ausencia de lectores. Antes creía inocentemente que el peruano no leía por el precio de los libros. Con una mayoría preocupada por satisfacer necesidades urgentes, parecía obvio que el libro se convirtiera casi en un objeto de lujo. Pero después me di cuenta de que se trataba más bien de la ausencia del hábito de leer.

No es la única dificultad que Harold ha hallado en su camino de editor. Otra es el sistema de distribución de los libros. Las librerías grandes están concentradas en vender títulos y autores que se promocionen bien y que de manera previsible se puedan vender, independientemente de la calidad de su contenido.

¿Por qué cree que suceda esto?

Las librerías son empresas y como tales deben vender libros para sostenerse. Esto es normal. Pero también sería recomendable que de vez en cuando apostaran por autores que no tienen la difusión de los autores mediáticos que en algunos casos son inventados por las grandes transnacionales. Yo no me trago el cuento de que, por ejemplo, Gisela Valcárcel haya escrito su biografía. Es un personaje que vende, pero ella no ha escrito ese libro. Ahora mismo, Magaly Medina, Angie Jibaja, ¿escritoras?

Una tercera dificultad que Harold considera relevante es el papel que juegan los medios de comunicación como difusores de la cultura. La prensa casi no dedica espacio para la literatura, salvo las páginas especializadas. En la radio y en la televisión el panorama tampoco es alentador. Harold lo toma con cierto ácido humor.

Tendrías que ser hermano de Jaime Bayly para que te entrevisten en la televisión. Y en el canal del Estado, con suerte Hugo Neyra comenta un libro en los cinco minutos que tiene en Presencia Cultural, y Marco Aurelio Denegri analiza clínicamente al libro.

¿De qué manera podría apoyar el Estado la difusión de la cultura?

El Estado, llamado a ser el gran promotor cultural, debería primero preparar una política cultural. Increíblemente, no la tiene. Han pasado tres años de gobierno y el presidente (Alan García) ni siquiera ha tenido un gesto que demuestre que el tema le interesa. Recuerdo su campaña del 2001, cuando se comprometió a entregarle a la juventud el canal del Estado para que hiciera programas culturales y artísticos.

Nada de eso sucedió. ¿Ahora qué tenemos en el 7? Transmisiones de los 'compañeros' en el Congreso. García mañana, tarde y noche. Noticias parcializadas. Lorena Caravedo con Nicolasa. Incluso se levantó Vano Oficio, el único programa de literatura que había en el Perú.

La molestia de Harold es compresible. Hace meses e incluso años se habla de la creación de un Ministerio de la Cultura que resolvería las deficiencias del Estado a ese respecto. Se levantaron voces a favor y otras en contra. Un Ministerio de la Cultura traería más burocracia, decían unos. Habría por fin un representante con rango ministerial ocupándose del trabajo intelectual y artístico en el país, afirmaban otros. Harold Alva también tiene su opinión, desde luego.

Alguna vez alguien me convocó para que reuniera a un grupo de intelectuales jóvenes con el objetivo de preparar y presentar un plan que esbozara los lineamientos de este ministerio. Supongo que las libertades que exigimos no le gustaron al emisario, porque nunca volvió a llamarnos. Ahora sé que el tema se trata a puerta cerrada. Imagino que, si se aprueba, la noticia será una sorpresa, sobre todo para quienes sí estamos realmente involucrados en promover la cultura. Será casi tan sorprendente como cuando se anuncie la inauguración del Museo de la Literatura, de cuya gestación también tengo conocimiento.

¿La gente en el Perú lee?

La gente en el Perú, seamos sinceros, no lee. Por eso el Estado está obligado a organizar una gran cruzada para sembrar el hábito de la lectura no solo en nuestros jóvenes sino en todos los peruanos. Hace seis años participé en una cruzada por la democratización y la masificación del libro (Perú Lee), y en un mes y medio logramos vender, al precio de un nuevo sol, 150,000 ejemplares de literatura peruana.

Esta iniciativa, que debió tener el apoyo de las autoridades estatales o de alguna empresa privada, fue sofocada al poco tiempo. Nadie nos apoyó. Las municipalidades, a excepción de Los Olivos, Magdalena, Comas y Trujillo, en vez de facilitar alguna de sus plazas públicas para fortalecerla, prohibieron los permisos para continuar.

Por otra parte, Harold considera que sí existe una "movida cultural" en Lima. La movida del Centro de Lima, con los poetas que se reúnen en el bar Yacana del jirón de la Unión. La movida de Barranco y los recitales de poesía que se hacen de vez en cuando en los bares culturales La Noche, Mochileros o el Sancho Panza. Sin embargo, lamenta que poetas y escritores adolezcan de un común denominador que los articule y que constituya "la gran movida".

Nadie hace nada por constituir un movimiento que los agrupe y legitime sus derechos. Los del Frente Nacional de Escritores están peleados con quienes tienen contactos en los medios. Estos no están enterados de la existencia del Frente. Se trata de una cadena de contiendas que quizás sea el motivo debido al cual el Estado no se interese por definir políticas culturales. Yo prefiero mantenerme al margen de todo esto.

¿Qué autores prefiere?

Crecí leyendo a Dumas, a Gorki, a Kafka. Me enamoré de la novela con Víctor Hugo. Aprendí a escribir poesía con Artaud, con Sexton, con Westphalen. Me gustan los autores de vidas extremas. Supongo que inconscientemente cada uno escribe su propia leyenda. Aunque a veces prefiero a los filósofos en vez de Lorca o Alberti. Me quedo con Sartre, Jasper, Heidegger o Bobbio, por ejemplo.

Harold dice que no gana dinero editando libros, pero que alguien tiene que hacer esa tarea. Afirma que es feliz ejerciendo su rol de puente. Sin proponérselo, ha editado 102 títulos. Está terminando de corregir su segunda novela y escribiendo, además, "La tristeza del Zorro Plateado", una novela inspirada en la vida de su padre: "un policía de los antiguos, un código uno, un hombre para quien el honor sí era su divisa".

Después de un año ha retornado a la dirección de Zignos, satisfecho porque en esos meses ausente, Flor Béjar, quien se quedó a la cabeza, editó, entre otros, "Bagual", el libro del Premio Roberto Bolaño de Novela de Chile 2006, Felipe Becerra.

También tiene listo "Post Mortem", su último poemario. Además está trabajando en lo que será el II Festival de Poesía País Imaginario. Por si fuera poco, editará 17 libros de 17 de los poetas jóvenes más representativos de América Latina. ¿Qué vendrá después de eso? Harold sólo sonríe, pero es fácil adivinar. Libros. Más libros.

BURDEL

¿De qué trata Burdel?

Burdel narra la historia de dos jóvenes abogados que participaron en las marchas contra Fujimori, los años 99 y 2000. Una vez caído el régimen, ambos intentan hacer política y en el camino recorren el lado oscuro de los partidos, el canibalismo de las cúpulas y de los grupos de poder, entre otras cosas. En un momento de la historia, Rodrigo, uno de ellos, se convierte en emo, esos chicos de aspecto triste. Esteban, el otro, se transforma en un sujeto oportunista y frío, a quien poco le importa lo que suceda con el país. Se trata de dos víctimas de nuestra sociedad. La historia es narrada por Máximo Vitale, amigo de ambos y personaje principal de "Asesino", la novela que en este momento sigo corrigiendo.

¿Se podría decir que Burdel es una novela política?

Sí. Se podría decir que es una novela política, pero no solamente una novela política. Creo que tiene otro tipo de ingredientes particulares que aporta cada personaje. Hay amor, deseo, algo de violencia, cinismo, en fin. Tendrían que leerla.

¿Cómo ve el actual gobierno de García?

Este gobierno necesita comunicar mejor lo que está haciendo. Si bien es nulo en política cultural, sería injusto afirmar que económicamente estamos mal encaminados. Le quedan aún dos años en el poder. Afortunadamente no estamos ante el típico presidente candidato. Sin embargo, algo huele mal en su círculo. Huele demasiado a (Agustín) Mantilla. Creo que la población necesita un gesto. Si no, se les deja la cancha limpia a Keiko (Fujimori) y al candidato antisistema.

¿Se refiere a Humala?

Sí.

¿Cómo vislumbra el panorama electoral a dos años de la campaña?

Deprimente. Aunque estoy convencido de que Ollanta no ganará, temo que Keiko sí lo haga. Sería absurdo que ganase alguien cuya única propuesta es indultar a su padre, alguien que representa el latrocinio contra el que salimos a protestar los años de la corrupción.

Es urgente hacer algo para impedir que Keiko gane. No creo en las encuestas. No creo que solo tengamos a Castañeda, Ollanta, Lourdes o Keiko. El Perú tiene y merece otras opciones. Hay que trabajar en ellas. Los peruanos responsables estamos hartos de presenciar cada cinco años el mismo circo electoral. Es hora de asumir nuestros deberes ciudadanos y hacer algo para que la catástrofe no suceda.

EXTRACTO DE BURDEL 3

El Scarlet�s fue la zona de movimiento adonde lo condujo el taxista. Dejaron atrás la vieja Lima. Ingresaron por la panamericana norte hasta el óvalo Naranjal. Esteban miraba sorprendido lo enorme de esta ciudad a la que arribó hace algunos años. Era curioso, escogió Lima por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, quería egresar de allí y destacar como abogado; ahora, a sus treinta y tres, cubiertas sus expectativas, intentaba escapar a cualquier acción que tenga que ver con el derecho.

El auto se detiene frente a un edificio en cuya fachada había un cartel con la imagen de Maribel Velarde, la vedette que durante la última semana fue portada de los diarios chicha. Recordó al gordo con quien la involucraban. Baja del taxi. Se detiene en la puerta. Enciende un cigarrillo, inhala, coloca la mano izquierda en su cintura y otra vez observa el cuerpo de la vedette, la imagina practicándole un felatio. Exhala.

Uno de los miembros de seguridad le indica detenerse, el otro lo revisa, tá limpio, le dice, apague su celular, cancele en caja, Esteban se acerca a la ventanilla, Veinte soles, incluye un trago de cortesía, sonríe. Incluye un trago y un condón de cortesía. Adelante, una puerta de dos hojas lo separa del paraíso. Está a punto de empujarla, de pronto, sobre el vidrio, aparece el rostro de su mujer, voltea, mira el pasadizo, sabe que no es Betty, cierra los ojos, empuja con fuerza, los abre. Adentro, un ejército de sensuales anfitrionas, le da la bienvenida.

La barra está a su derecha, pide un cuba libre. Hay dos escenarios, al fondo, en el grande, una chica se desnuda haciendo acrobacias en el table; en el otro, dos féminas de pie, están inmóviles, como estatuas. El local está lleno. No hay mesas. Se instala contra la barra. Fue por una crónica, no saldrá de allí hasta registrar algo memorable.

Pidió otro cuba. La última vez que pisó un nigh tclub fue en Trujillo, tenía 19 años. Con su amigo, el Dr. Guerra, eran asiduos visitantes del Bagdad, del Manhattan, delBurbujas, del Start Light. Recordó la noche en la que casi llora en la oficina del administrador del Manhattan. El Dr. le dijo que invitaría la entrada y solo el primer trago, pero Esteban se emociona con el lomo arequipeño que se sienta sobre sus piernas y, olvidándose de la advertencia, feliz porque le sacó el teléfono, pidió más de la cuenta. Con su cara de lorna le suplicó al Dr. que le preste algo de efectivo, ante la negativa, fue donde el administrador para empeñarle su carné universitario. Previa puteada y después de jurar que nunca más se excedería, Guerra pagó la cuenta.

Al día siguiente, marca el número que le dio la arequipeña ¿Quién contestó? Obvio: la operadora de la perrera municipal.

Ahora estaba en otro escenario. Otro contexto. Nada que ver con la avenida América Norte, esto era Los Olivos, el emergente distrito que cobija en sus entrañas varios puteríos. Bebe otro sorbo, apaga el cigarrillo. Sus ojos se detienen en la figura de una hembrita salida de algún western. Ahora la ve nítida. Usa sombrero, un pañuelo rojo cubre su cuello, le ha hecho un nudo a la camisa a la altura del abdomen, el pantalón se pierde dentro de las botas. Lo mira mordiéndose el lado derecho del labio inferior. Le hace un guiño. Pasa a su costado. Lo pellizca. Esteban reacciona, voltea, la sujeta del brazo.

Siéntate, le señala el banco al lado de la barra. Ella otra vez muerde su labio. Acepta. Él la mira extasiado, la compara con Betty, su mujer es una reina, sin embargo, nueve años aplicándole, fueron suficientes para herirles el deseo. Esa zorrita es carne nueva ¿Cómo te llamas? Acariciándole la mejilla. Diana. Le retira disimuladamente la mano. Esteban entiende su reacción ¿Qué vas a tomar? Ella de nuevo sonríe, acaricia el cuello de su camisa. Una piña colada. Había decidido levantarla.

Le pregunta su precio, pero, antes que le responda, un enano vestido elegantemente, le señala una mesa. La reconoce: es Rubí Carbajal, otra vedette, caserita de los programas de farándula. Está sola. Rubí lo saluda, le envía un beso. Dice que se va contigo por 250 lucas cholas. Trasmite el enano. Esteban no sabe qué responder. Rubí Carbajal es un hembrón, piel blanca aporcelanada, a él que le fascinan las blancas, pelo largo, con rizos, casi rojo. Estaba con la pierna cruzada, inclinada hacia adelante, obsequiándole un panorama de su escote impresionante. Las medias de nylon con cuadritos, los zapatos taco quince, los guantes cubriéndola desde los codos: la alucina una estrella porno.

60 soles, la media hora, sin apuros, contesta Diana. 180 y se va contigo. El enano. Acaba el cuba. Enciende otro cigarro. Mudo. ¿Vamos? La zorrita con tono de cojuda.Esta es tu noche, huevón, cien y es tuya. Esteban como un autómata le entrega las cien lucas y camina hipnotizado. Rubí se pone de pie, lo toma de la mano y desaparecen por el pasadizo al otro lado de la puerta. Imbécil, le dice la zorrita. El enano coge la piña colada. Mira a la chica del table. Ríe. Se felicita por su hazaña.

por Cristian Velasco |