25/7/09

La oscuridad de bosque --- De: Josué Barrón


Josué Barrón (Huacho, 1983). Me hace entrega de su primer libro "La oscuridad del bosque", editado en octubre del año pasado. Poemas en prosa que como él dice fueron saliendo y creándose de a pocos hasta formar lo editado. Poeta amante en la compra de buenos libros como se pudo comprobar en nuestra visita a la ciudad de Huacho.
Saludamos esta edición y el gran aporte a la cultura literaria que se realiza en la "Casa de cartón" (coffee book) que el poeta dirige.
W.G.P
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La novela y Sandra
La primera mujer que me enamoré se llamaba Ruth. Ruth la había conocido en los ensayos de marchas que se hacían por las tardes tres en el colegio. Era ese amor de colegio que uno se enamora de las miradas y de las pequeñas ocasiones que el destino injustamente nos da como cuando uno se queda en las escaleras del colegio y de pronto aparece y entiendes que el milagro de la cruz del mal paso se ha concretizado y que tu vida va ha cambiar en ese largo minuto de hombría, y la cobardía se hunde en tu pecho y no atinas a decir nada, y te quedas callado esperando una chispa estupidamente inconciente para abrazarla y darle un micro beso en los labios y cerrar tus ojos diez minutos, y entender que todo es eterno y nada podrá cambiar esa angustia de ser adolescente/niño en ese pedazo de cielo gris que se proyecta tu vida.
No sé que cosa me llamo la atención: su rostros, sus ojos rasgados, sus uñas bien cuidadas, su altivez o su indiferencia que tenía hacía mí cuando me acercaba y le cogía tímidamente la mano para sacarla a bailar. Recuerdo que esperaba las salidas de los fines de semana así como mi abuela esperaba los domingo la misas para que mi abuelo le cantara cada domingo después de la misa -era el único permiso que nos daba mi madre para ir los tres (Ruth, karla y yo) a la discoteca que atendían a los adolescente que buscaban experimentar la idea de ser grandecitos-. Las canciones de Jerry Rivera, Chicha Peralta y su procura seducirme mucho despacio, Los cuentos de la cripta y la primigenia canciones electrónica orquestaba lo que podía ser un día de declaración de admiración y amor, que siempre estuviste enamorado de ti sino que tú no te dabas cuenta y que voy a ser fiel te juro y no estoy con nadie no vayas a creerle a la otras chicas de tu salón, solo me gustas tú desde le primer día que te vi. Será demás decir que nunca me declaré. Juro que lo intente cada sábado que bailamos junto cada popurrí de salsa que ponía e intente que la pista de baile fuera nuestra. El temor de ser rechazado o seguramente el mal entendimiento de la amistad me restaban valentía de decirle las mínimas palabras de declaración de amor que me había aprendido de la telenovela mexicanas de las dos de la tarde.
Fue las primeras veces que invertí en una mujer, no me importaba lo que podía gastar para ella; aunque recuerdo muy bien que con suerte llegaba a tener 5 soles semanales – guardaba mi propina y no la gastaba ni para un caramelo de limón-. De esta manera me alcanzaba para pagar la entrada, invitarle su gaseosa Kr helada, después de bailar, un chicle y dos hall y la moto que me llevaba derechito a su casa – llegaba todo sudoroso y derrotado, esperando el beso final que pueda cerrar la noche utópica, eso nunca sucedió- y yo volvía a ser ese perdedor que mis compañeros me gritaron cuando fallaba el penal en el último minuto desde la primaria. No sé que pensaba Ruth de mí, nunca dijo un cometario, ni me dio una ayudadita para que tomara el impulso, la gallardía alfonsograucacerista y mandarme y decirle que la quería que amaba sus ojos chinitos cariño bonito ven, ven te quiero tanto, y derretirme como mantequilla Dorina por su cintura diminutas que mis ojos no distinguían por la ingenuidad de amar sin pecado. Presiento que ella, seguramente, espero el momento que yo le dijera esa cosas bonitas que ahora ya no valen la pena, que ahora solo me queda escribir esta estupida crónica, mandársela y que ella confirme que fue el amor de mi vida, de mis catorce años cautivos, y que es la única manera de justificar mi cobardía de hace diez años que hoy ya no es un nudo en mi corazón.
Esa noche, después de diez años, Ruth tocó mi puerta, había llegado de Italia; dejaba a mi hermana,
ebria, como siempre lo hizo. Había celebrado su cumpleaños. Abrí la puerta adormitado y observé en sus ojos mis oportunidades, mi adolescencia, mis sueños, lo que nunca pude, y solo traté de decirle que me daba gusto verla y que ahora era más bella que cuando teníamos catorce años, que la vida había pasado pero nuestros ojos nunca había envejecidos, que tal vez mi insatisfacción y tal vez la suya había sobrevivido durante todo este tiempo.
Solo me quedé observándola esos cinco minutos que trato de buscarme la explicación de porque no fuimos enamorados cuando teníamos catorce años, yo no los tuve; ella tal vez no se acuerda que la amé, que la amo, misteriosamente, en el recuerdo, en la utopía en la niñez que siempre nos fue adversa porque a veces los mejores son los que nunca se realizan.