28/9/09

ENTREVISTA A RAFAEL INOCENTE


Por Niko Velita P.


Rafael Inocente ha publicado la novela La ciudad de los Culpables, dentro de la temática de la guerra interna. A propósito de la lectura de su novela me contacto con él para una conversa sobre la novela y la guerra. Luego de horas de charla, más bien soliloquio, dado que no soy buen conversador, queda un polémico y extenso análisis, gracias a la generosidad de Rafael para dar su tiempo en torno al tema señalado. Sin embargo, creo que hay mucho por hablar aún con Rafael; y esta entrevista es una invitación a reflexionar en un país donde se está escribiendo bastante sobre la guerra. Unos en busca de algún premio solamente; otros con fines artísticos y testimoniales. Saludos Rafael.

NVP: La guerra interna ha dejado profundas huellas en toda una generación, ¿cuál es tu reflexión en torno a ella?

RI: Desde hace quinientos años estamos en guerra. Como dice Piero Bustos, somos hijos de la guerra, somos hijos de la piedra inmortal. Pienso que la violencia en el Perú no comienza aquél día en que un grupo selecto del PCP-SL inicia la lucha armada en las alturas de Chuschi, Ayacucho, si no desde el día siguiente en que los curas españoles envenenan con arsénico el vino que dieron de beber a las huestes de Atahualpa y la soldadesca ibérica captura al Inca mañosamente, sin épica, valor ni hidalguía. La violencia estructural que se originó por la desestabilización producida por la invasión ibérica generó una raza de seres resentidos, promiscuos y ladinos, seres que alguien denominó duramente como hombres de vidas destruidas, hombres que el indio Huamán Poma “de Ayala” y el criollo Riva Agüero despreciaban profundamente, uno por haber ensuciado la sangre india y otro llamándoles mesticillos. No me trago ese cuento criollo y huevón del mestizaje ideal. Eso ocurrió sólo en la mente de tres o cuatro criollos privilegiados o curas pendejos con conciencia de culpa que deseaban borrar con la fábula infame del mestizo ilustrado, el gran trauma que generó la violación sexual, cuyas consecuencias son visibles hasta nuestros días. En la colonia, millares de cholos o como quieras denominar al producto del cruce por violación de español e india vagaban por las ciudades, azolándolas, envilecidos por el alcohol y el resentimiento. En el caso de las mujeres, se dedicaban al oficio más antiguo del mundo, se hacían casquivanas para despertar la lujuria del español o el criollo. Te hablo de las grandes masas mestizas que se generaron en la colonia. Pero no todos arrugaron. Al día siguiente de la captura del Inca, se empezó a gestar un movimiento subversivo que mantuvo en jaque a los conquistadores durante décadas y que ha atravesado toda nuestra historia desde la colonia hasta nuestros días. Acuérdate de Manco Inca (no mancó), Kawide, Illatopa, Kiskis, Kizu Yupanqui, Juan Santos Atahualpa, los Túpac Amaru, Túpac Catari, las revueltas de negros cimarrones, Rumi Maqui y más recientemente el mariscal Andrés de Santa Cruz Calahumana, el gestor de la Confederación Perú-Boliviana, por quien Bolívar tenía gran respeto y de quien Basadre dijo que sus ojos almendrados nunca miraban de frente y que en muy determinadas ocasiones la sonrisa plegaba su boca lampiña contraponiéndolo a la blancura y “sinceridad” de Salaverry (Historia de la República del Perú) y a quien Felipe Pardo y Aliaga ridiculizó en el valsecito criollo, “que viene el cholo jetón… limeñas, la boca se apreste a cantares, a ricos manjares, de cancha y coca. Que ves salir la momia de su abuela de una huaca, que llamando al hijo, oh tú, porquí, hombre, el Bolivia dejas? Porquí boscas la Pirú?¿Piensas bañar la Chorrillos porque ya entraste la Cosco?” ¿No te recuerda acaso al cholo-blanco-porquería-arequipeña Bedoya Ugarteche o al resentido social Aldo Mariátegui? Santa Cruz jamás arredró por este desprecio racial, muy por el contrario, tomó conciencia y organizó una sociedad secreta constituida a orillas del Titicaca probablemente bajo el influjo de la cosmovisión andina, como lo explica Carlos Milla, con el fin de promover la reunificación de los ex territorios tahuantinsuyanos, al igual que hizo Rumi Maqui setenta años después. Aquél “año vulgar” de 1829, Santa Cruz ordenó a los militares bajo su mando establecer contacto con los araucanos (mapuches) a quienes debían tratar como aliados, proporcionándoles armamento, vestuario y medios. Previamente Santa Cruz había confeccionado planes para invadir Chile por la ruta de Almagro y Paullo Inca (porque Chile ya nos invadió económicamente), es decir por la meseta del Collao hasta bajar a Copiapó. Además, Santa Cruz, apodado por la prensa chilena como Monsieur Alphonse Chunga Cápac Yupanqui, pretendió que el ejército confederado incluyera para la Confederación territorios collas de Tucumán, Catamarca y Humahuaca (Argentina). Huelga decir que Santa Cruz (héroe de Pichincha) había logrado ya la anuencia del Ecuador para integrar la Confederación y ahí se refugió en sus años de desgracia, pues en el Perú blanquecino fue declarado “enemigo capital de la nación” y en la Bolivia criolla, indigno del nombre boliviano. ¿No te suena todo esto más actual que nunca? ¿Quién lo está contando en novelas o relatos? Ahora es más fácil decir, no podemos vivir en el pasado, pero quien no sabe de dónde viene, no sabe a dónde va. Entonces, ¿es descabellado reclamar un Apocalipsis, un Pachacútec que cuestione toda esta historia mentirosa y que ha condenado a nuestro pueblo a la marginación? Esa es la realidad de este corral de chanchos, un enfrentamiento etnoclasista despiadado pero a la vez hipócrita, morigerado por los discursos de curas, sociólogos, izquierdistas y metafísicos. Incluso ese gran movimiento de retorno y resistencia pasiva que significó el Taki Onkoy fue subversivo y ahogado en sangre por los extirpadores de idolatrías reencarnados ahora en el cómplice de genocidas, el ensotanado Luis Cipriani Thorne. El PCP-SL no capitalizó, por el contrario, pisoteó, esa resistencia étnica a la invasión europea que lleva ya más de cinco siglos. Pienso que de alguna forma la gigantesca empresa que significó la invasión y saqueo del continente sudamericano es equiparable a aquellas otras gestas que emprendieron los europeos travestidos en cruzados para acabar con los infieles palestinos, justificando el etnocidio bajo el manto de la difusión de la fe cristiana y el (des) conocimiento occidental que hoy nos agobian, es decir primero fue contra Alá, luego contra Pachacámac. Ahora esas cruzadas se han reencarnado en las guerras santas emprendidas por el Sacro Imperio Norteamericano en contra del pueblo árabe, depositario y creador de uno de los grandes focos culturales de la humanidad, al igual que nosotros. Retomando entonces, creo que esa ruptura del equilibrio biológico-emocional de todo un pueblo, esa violencia étnica y sexual, que devino luego en clasista y estructural, generó masas neuróticas culturamente, frustradas históricamente, psíquicamente amargadas y acomplejadas y creo que ese tema no ha sido aún tratado como merecería la magnitud del drama, pues de la purificación de esas masas es que saldrá el Perú unificado y grande que deseamos. La guerra interna de los últimos veinte años es apenas un cachito de la oscura ciénaga en la que la memoria colectiva del país se halla sumida.

Perdóname por extenderme tanto en este punto, es que lo considero fundamental para comprendernos.

NVP: ¿Cómo ha influido todo ello en la novela peruana?

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