12/10/09

Zambo Cavero



César Hildebrandt
Columnista


No tengo duda de que el Zambo Cavero era un
ídolo popular.

La pregunta que tengo que hacer, desde el más
modesto de los estupores, es si somos justos
en este asunto de los funerales y los repartos
póstumos.

Por ejemplo, un día, hace muchos años, se nos
murió Juan Gonzalo Rose y, claro, la noticia salió
en páginas interiores (y la TV ni siquiera la dio).
Y como los apristas lo habían despedido del
Instituto Nacional de Cultura, ningún discípulo
de Haya se presentó al velorio.

Y esto que Juan Gonzalo fue uno de los grandes
de la poesía. Grande de verdad.

Otro día, muchos años después, se murió, con
los pulmones hechos puré, Félix Álvarez y la
noticia ni siquiera salió en los periódicos.
Álvarez era un escritor sólido, un erudito
oceánico y una de las mentes más agudas
del Perú (porque, aunque nació en España,
adoptó nuestro país como el suyo).

Alejandro Romualdo –otro poeta mayor y
tempestuoso- se convirtió en una breve noticia
policial cuando se murió a solas, como había
querido, en su casita de San Isidro el año 2008.

Y no me acuerdo de que le hayan dado tantos
júbilos de velatorio a José Adolph, el prolífico
escritor de ciencia ficción, ni a Gustavo Pons
Muzzo, maestro con mayúsculas, ni a Javier
Mariátegui Chiappe, hijo del amauta José
Carlos y desaparecido en el mismo año 2008.

¿Y cuántas transmisiones en vivo y de cuerpo
presente hubo por la muerte de Constantino
Carvallo, el gran educador? ¿Y por la de Pedro
Planas, muerte precoz y más injusta que
ninguna otra? ¿Y por la de Hugo Garavito?
¿Y por la de Sofocleto?

Paco Bendezú, poeta que tenía la gracia de
la inocencia perdularia, murió de un cáncer
desatendido en Neoplásicas, en la miseria
y socorrido apenas por unos pocos amigos
fieles. ¿Cuántos centímetros cuadrados le
dedicó la prensa escrita peruana? ¿Y
cuántos minutos la televisión embrutecida
que pretende encuadernarnos?

¿Cuántas lágrimas se derramaron por
Washington Delgado, poeta excepcional
y empobrecido profesor de San Marcos?

Ninguna. Quizá porque no cantaba
“Contigo Perú” sino que anunciaba:
“Yo construyo mi país con palabras”.
O porque no era amigo de Alan García.
O porque vivió y murió en un país que
cada vez más se parece a Fahrenheit 451,
la ficción de Bradbury en la que los libros
se persiguen y se queman.

Ayer, en pleno aquelarre funeral, escuché
a Raúl Vargas –esa decepción generalizada,
ese gourmet de sí mismo -alabar el seco
de gato que Zambo Cavero comía y
alentaba como potaje nacional y
contribución a las misturas de Gastón.

Apagué la radio. Se puede ser un poco
tonto (todos lo somos), pero hay un límite.

Hasta para las lágrimas teatrales hay un
límite.

Adiós Zambo Cavero. Como que no te
merecías las lloronas de encargo que se
morían por salir en la tele y en la radio.

Fuente: LA PRIMERA. El diario que inspira respeto
Av. Paseo de la República 5639, Miraflores