Por Nicolás Hidrogo Navarro
Leer como escribir deben ser necesidades sentidas, buscadas, no obligadas. Debe constituir placer y no una imposición, un acto y elección voluntaria, para que pueda tener éxito sostenido y no condicionado.
Pero la lectura como la escritura demandan un esfuerzo intelectual, atención, predisposición, concentración y voluntad de empezar y terminar esa aventura aunque por el camino nos afane la idea de abandonarla, que pocos se atreven hacerlo con la misma pasión para comprender como para producto un texto.
En un contexto de velocidad social y laboral, de ocio placer visual, de temas de conversa farandulescos, de miniaturización y fragmentación de lecturas tipo titular, abordar la lectura gigantesca de una novela es sólo para especialistas e interesados casi de manera profesional, laboral o pasional de la lectura. La gente lee fragmentos y luego abandona la lectura. Lee cosas cortas para, fundamentalmente por entretenimiento o recomendación u obligación académica. Escasos son los que han generado el hábito de leer porque son conscientes del placer que les produce. En los últimos tiempos la lectura se ha pedagogizado al mundo estudiantil, con escaso éxito, porque allí la cosa funciona como condicionamiento de una nota. El día que la lectura se deje a libre albedrío en el sistema escolar y hasta universitario, es posible que podamos contar a los verdaderos lectores como rarezas y seres raros.
¿Pero dónde nace la verdadera motivación a la lectura, si en el sistema educativo es un fracaso? Es posible que nazca del propio individuo cuando por cuestiones de la imposición de las lecturas planificadas en los diversos grados, cuando por casualidad nos encontramos con un texto deslumbrante y nos desdoble su alquimia y magia literaria o cuando las circunstancias de una biblioteca y hábito familiar nos introduzcamos por la curiosidad de ver qué mundos se esconden entre las hojas y las grafías y nos encontremos con esos mundo alternativos en los que al adentrarnos nos sintamos satisfechos. He escuchado mil peroras y sermones de inducción a la lectura, pero ninguna ha tenido tal eficacia como el que al bucear en los libros ellos me han dado.
Todavía no se ha encontrado la receta pedagógica ni metodológica mágica de cómo hacer que nuestros estudiantes pasen de la lectura a la escritura de manera habitual, placentera, consciente e in crescendo.
Siempre he creído que el verdadero secreto para un aspirante a escritor –y hasta para mejorar y ensanchar la experiencia tercera de los escritores ya dentro de esta cofradía- no está en los libros de técnicas, recetas, consejas, crítica literaria ni en lo decálogos, sino en los propios libros –novelas, cuentos, poemarios-, en cada párrafo o estructura sintagmática, está allí desenovillado o encriptado, el secreto profesional, el mundo y los artilugios del creador. Además ningún escritor puede enseñar a otro escritor hablando, sino escribiendo. Cada poema o cuento o novela, una vez hecho, es como un pastel después del horno, si salió crudo, quemado o en su punto quedará así con ese sabor y talante aunque lo maquille un corrector de estilo o lo adornes con otros ropajes. Es insalvable la sugerencia de otro escritor sobre un producto estético que él no ha vivenciado ni entiende la lógica del verdadero creador –nadie ha podido meterse en el cerebro y la lógica de le creación de un escritor en su momento febril, sólo son asedios, supuestos polisémicos y especulaciones iluminativas que muchas veces terminan siendo otro tipo de ficción.
En la lectura, ocurre otro fenómeno igual, los sermones de profesores que piden a sus alumnos lo que ellos no hacen con el ejemplo: leer. Los padres de familia, ni hablar ya no piden que lean sino que dejen de ver la televisión: como ellos ya no leen, no hay autoridad para pedir que sus hijos hagan lo contrario que ellos hacen: ver sus telenovelas.
Como la lectura no se posesiona en el lector con decretos, ni con planes lectores, ni con sermones, es necesario utilizar el efecto enamoramiento: generar los lectores por seducción, con el uso de la justificación estética, el sentido de trascendencia del texto, la expansión del vocabulario, la mejora de la lógica de las ideas, la apropiación de otras experiencias y la maduración de la lógica del razonamiento metacognitivo, el decir la frase más famosa: eres lo que lees.
Creo que la conexión de tránsito que existe entre un lector a escritor, entre la lectura y escritura, es apenas una delgada línea invisible. Es de sospechar que en cada buen lector hay un potencial escritor que debe atreverse as sentir el pálpito de fabular sus propias vivencias de lo que admira. La admiración del lector por los escritores los induce a emularlos. Y así como hay tan pocos escritores, es la consecuencia que hay tan raleados lectores de convicción que leen por puro placer sin que medie ningún condicionamiento.
Aunque a veces se piense y se señalen los ocasos de la lectura y escritores, siempre la lectura y el libro impreso tendrá su magia y su encanto que vivan entre analfabetos funcionales, entre lectores especializados o meros curiosos que compran sus textos para adornar el estante y dar la impresión de intelectuales y amantes de la lectura sin abrir el texto. Siempre habrá una lectura para entretener, otra para deleitarse, otra para descubrir técnicas y tendencias estéticas, otras para estudiar para un examen, otras para resumir y esquematizar algún trabajo académico, otras de pasada en un hipertexto de pantalla de computador, otras lecturas técnicas y especializadas para extraer ideas y fichajes para investigación, pero en general la lectura nos acompañará en diversos grados, tipos e intensidades. Por lo mismo, la labor de escritor con o sin premios, con o sin reconocimiento, con o sin titulares de periódicos o reportajes en suplementos, con o sin blogs o páginas webs que lo publiciten, con o sin libro impreso que sea su partida de nacimiento, con o sin multitud de lectores, con o sin estar en las programaciones oficiales escolares o universitarias, siempre habrá una historia que leer y un escritor capaz de de escribirla.
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