3/10/16

Antonio Cisneros y César Calvo habían sido invitados a una entrevista para Radio Francia Internacional,



 dos días seguidos, uno por día, y el primero fue el Toño. Como pregunta final le consultaron por quién a su juicio era el mejor poeta peruano del momento, y este respondió:
—Antonio Cisneros, desde luego.
Esta afirmación necesitaba por fuerza una réplica, la cual, afortunadamente, se llevó a cabo:
—¿Y después de Cisneros, quién? —lo interpelaron.
A lo que Toño contestó, casi por reflejo:
—Definitivamente, César Calvo.
Al día siguiente Calvo sería entrevistado; quizá eso había condicionado la respuesta de Toño, creyendo él que había hecho una deferencia digna de gratitud. Así fue que Calvo se presentó y tras cuarenta minutos de conversación le hicieron la misma pregunta 'final':
—Señor Calvo, ¿para usted quién es el mejor poeta peruano en la actualidad?
Calvo, quien parecía haber esperado demasiado tiempo para dar cuenta de una pregunta que aún no había sido formulada, tomó aliento y dijo serena, pausadamente:
—César Calvo; desde luego —y antes que le hicieran la réplica, continuó—: Y después nadie. Pero después de nadie, Antonio Cisneros.
* Pocos saben que el Toño pasó sus últimos días en la casa de su madre (a espaldas del Glotons) y que esperó la muerte en la cama donde dicen que ella lo había traído al mundo. Así cumplía su viaje a la semilla, a la nada. Cuando me pregunto cómo habría sido el cuarto del poeta, pienso en este poema de su entrañable amigo, el flaco César Calvo:


VENID A VER EL CUARTO DEL POETA

Desde la calle
hasta mi corazón
hay cincuenta peldaños de pobreza.
Subidlos.
A la izquierda.
Si encontráis a mi madre en el camino,
cosiendo su ternura a mi tristeza,
preguntadle
por el amado cuarto del poeta.
Si encontráis a Evelina
contemplando morir la primavera,
preguntadle
por mi alma
y también por el cuarto del poeta.
Y si encontráis llorando a la alegría
océanos y océanos de arena,
preguntadle
por todos
y llegaréis al cuarto del poeta:
una silla, una lámpara,
un tintero de sangre, otro de ausencia,
las arañas tejiendo sordos ruidos
empolvados de lágrimas ajenas,
y un papel donde el tiempo
reclina tenazmente la cabeza.
Venid a ver el cuarto del poeta.
Salid a ver el cuarto del poeta.
Desde mi corazón
hasta los otros
hay cincuenta peldaños de paciencia.
¡Voladlos, compañeros!
(si no me halláis
entonces
preguntadme
dónde estoy encendiendo las hogueras)


Del faccb. de Víctor Ruiz 

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