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LIMA, 1976. ES EGRESADO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN ENRIQUE GUZMÁN Y VALLE LA CANTUTA Y SIGUIÓ UNA MAESTRÍA EN LITERATURA PERUANA Y LATINOAMERICANA EN LA UNMSM. HA SIDO DISTINGUIDO EN DIFERENTES CERTÁMENES LITERARIOS. SU LIBRO CANTAR DE HELENA Y OTRAS MUERTES RESULTÓ FINALISTA EN EL SEGUNDO CONCURSO DE CUENTO Y POESÍA DEDO CRÍTICO 2004
Por Nicolás Hidrogo Navarro
Leer como escribir deben ser necesidades sentidas, buscadas, no obligadas. Debe constituir placer y no una imposición, un acto y elección voluntaria, para que pueda tener éxito sostenido y no condicionado.
Pero la lectura como la escritura demandan un esfuerzo intelectual, atención, predisposición, concentración y voluntad de empezar y terminar esa aventura aunque por el camino nos afane la idea de abandonarla, que pocos se atreven hacerlo con la misma pasión para comprender como para producto un texto.
En un contexto de velocidad social y laboral, de ocio placer visual, de temas de conversa farandulescos, de miniaturización y fragmentación de lecturas tipo titular, abordar la lectura gigantesca de una novela es sólo para especialistas e interesados casi de manera profesional, laboral o pasional de la lectura. La gente lee fragmentos y luego abandona la lectura. Lee cosas cortas para, fundamentalmente por entretenimiento o recomendación u obligación académica. Escasos son los que han generado el hábito de leer porque son conscientes del placer que les produce. En los últimos tiempos la lectura se ha pedagogizado al mundo estudiantil, con escaso éxito, porque allí la cosa funciona como condicionamiento de una nota. El día que la lectura se deje a libre albedrío en el sistema escolar y hasta universitario, es posible que podamos contar a los verdaderos lectores como rarezas y seres raros.
¿Pero dónde nace la verdadera motivación a la lectura, si en el sistema educativo es un fracaso? Es posible que nazca del propio individuo cuando por cuestiones de la imposición de las lecturas planificadas en los diversos grados, cuando por casualidad nos encontramos con un texto deslumbrante y nos desdoble su alquimia y magia literaria o cuando las circunstancias de una biblioteca y hábito familiar nos introduzcamos por la curiosidad de ver qué mundos se esconden entre las hojas y las grafías y nos encontremos con esos mundo alternativos en los que al adentrarnos nos sintamos satisfechos. He escuchado mil peroras y sermones de inducción a la lectura, pero ninguna ha tenido tal eficacia como el que al bucear en los libros ellos me han dado.
Todavía no se ha encontrado la receta pedagógica ni metodológica mágica de cómo hacer que nuestros estudiantes pasen de la lectura a la escritura de manera habitual, placentera, consciente e in crescendo.
Siempre he creído que el verdadero secreto para un aspirante a escritor –y hasta para mejorar y ensanchar la experiencia tercera de los escritores ya dentro de esta cofradía- no está en los libros de técnicas, recetas, consejas, crítica literaria ni en lo decálogos, sino en los propios libros –novelas, cuentos, poemarios-, en cada párrafo o estructura sintagmática, está allí desenovillado o encriptado, el secreto profesional, el mundo y los artilugios del creador. Además ningún escritor puede enseñar a otro escritor hablando, sino escribiendo. Cada poema o cuento o novela, una vez hecho, es como un pastel después del horno, si salió crudo, quemado o en su punto quedará así con ese sabor y talante aunque lo maquille un corrector de estilo o lo adornes con otros ropajes. Es insalvable la sugerencia de otro escritor sobre un producto estético que él no ha vivenciado ni entiende la lógica del verdadero creador –nadie ha podido meterse en el cerebro y la lógica de le creación de un escritor en su momento febril, sólo son asedios, supuestos polisémicos y especulaciones iluminativas que muchas veces terminan siendo otro tipo de ficción.
En la lectura, ocurre otro fenómeno igual, los sermones de profesores que piden a sus alumnos lo que ellos no hacen con el ejemplo: leer. Los padres de familia, ni hablar ya no piden que lean sino que dejen de ver la televisión: como ellos ya no leen, no hay autoridad para pedir que sus hijos hagan lo contrario que ellos hacen: ver sus telenovelas.
Como la lectura no se posesiona en el lector con decretos, ni con planes lectores, ni con sermones, es necesario utilizar el efecto enamoramiento: generar los lectores por seducción, con el uso de la justificación estética, el sentido de trascendencia del texto, la expansión del vocabulario, la mejora de la lógica de las ideas, la apropiación de otras experiencias y la maduración de la lógica del razonamiento metacognitivo, el decir la frase más famosa: eres lo que lees.
Creo que la conexión de tránsito que existe entre un lector a escritor, entre la lectura y escritura, es apenas una delgada línea invisible. Es de sospechar que en cada buen lector hay un potencial escritor que debe atreverse as sentir el pálpito de fabular sus propias vivencias de lo que admira. La admiración del lector por los escritores los induce a emularlos. Y así como hay tan pocos escritores, es la consecuencia que hay tan raleados lectores de convicción que leen por puro placer sin que medie ningún condicionamiento.
Aunque a veces se piense y se señalen los ocasos de la lectura y escritores, siempre la lectura y el libro impreso tendrá su magia y su encanto que vivan entre analfabetos funcionales, entre lectores especializados o meros curiosos que compran sus textos para adornar el estante y dar la impresión de intelectuales y amantes de la lectura sin abrir el texto. Siempre habrá una lectura para entretener, otra para deleitarse, otra para descubrir técnicas y tendencias estéticas, otras para estudiar para un examen, otras para resumir y esquematizar algún trabajo académico, otras de pasada en un hipertexto de pantalla de computador, otras lecturas técnicas y especializadas para extraer ideas y fichajes para investigación, pero en general la lectura nos acompañará en diversos grados, tipos e intensidades. Por lo mismo, la labor de escritor con o sin premios, con o sin reconocimiento, con o sin titulares de periódicos o reportajes en suplementos, con o sin blogs o páginas webs que lo publiciten, con o sin libro impreso que sea su partida de nacimiento, con o sin multitud de lectores, con o sin estar en las programaciones oficiales escolares o universitarias, siempre habrá una historia que leer y un escritor capaz de de escribirla.
Suele suceder que la publicación de la ópera prima o primera obra de un autor es el coronamiento de un arduo y prolongado trabajo de escritura y corrección. En el caso literario, y específicamente en el ámbito de la narrativa, el autor tiene que lidiar con palabras, estructuras, personajes, sucesos, y otros elementos que no son sino la materialización artística de su mundo interior. Un mundo interior poblado de demonios o fantasmas que en realidad aluden a diferentes pulsiones, es decir, sentimientos o energías psíquicas tan profundas que irremediablemente nos mueven a la creación literaria. A esto debemos añadir que casi siempre en toda primera obra ya se puede entrever, de manera explícita o implícita, el universo narrativo y la visión del mundo que el autor consecuente irá configurando a lo largo de su carrera artística. En los seis cuentos que conforman La caja fuerte de Elsa De La Cruz (Lima, 1982) percibimos elementos sugestivos tanto en el plano de la historia como en el plano del discurso, que dan cuenta de la dedicación con que ha elaborado sus textos y, además, nos dan luces sobre los temas que más seducen a la joven escritora. Desde el punto de vista formal los cuentos presentan rasgos disímiles, lo que refleja el conocimiento y buen manejo de los recursos narrativos a los que echa mano todo escritor: Notamos también diferentes tipos de narradores, entre los que prevalece el narrador homodiegético o protagonista. Las historias muestran estructuras lineales como los cuentos Pandora y Zarpazos a la luna; aunque el cuento más emblemático del volumen, La señorita de Portugal, presenta una estructura circular muy bien elaborada. En cuanto al manejo del lenguaje resalta un estilo ágil y sencillo que algunas veces pretende alcanzar niveles poéticos como se percibe en el cuento Zarpazos a la luna. A esto debemos acotar la presencia de un cuento brevísimo o microrrelato que también suma en la nómina de inclinaciones narrativas de Elsa De La Cruz. Pero, ¿Cuál es el elemento que hace que estos seis cuentos de La caja fuerte conformen un ciclo cuentístico y no sean, como se dice, un cajón de sastre donde se han colocado de manera arbitraria diferentes historias? Ese elemento que atraviesa como un hilo los cuentos de este libro lo hallamos en el plano de la Historia. Los personajes de La caja fuerte están marcados por un pasado de infortunio y frustración que los ha lanzado a la más insondable soledad. En La señorita de Portugal una joven aficionada al arte y que sueña con un beso juega a convertirse en una muchacha mala y termina chamuscada por las llamas del desamor. En Zarpazos a la luna, un agobiado amante se entrega a la muerte a causa de la pérdida irreparable del ser amado; y en el cuento Pandora vemos a un hombre aficionado a la literatura que es consumido por la cirrosis. Aquí cabe recordar a Julio Ramón Ribeyro, un escritor cuya impronta se percibe en diferentes narradores de las últimas décadas. Efectivamente, los personajes de Elsa De La Cruz son seres malheridos, solitarios, fracasados como Julián del relato El cuento de la fotografía quien vive añorando a la mujer amada y que ha fracasado en su intento de convertirse en fotógrafo. No obstante, estos personajes se dejan arrastrar por los malos vientos del temporal. Son conscientes de que “toda la fuerza de un sueño no sirve si están en un cuerpo débil”. Estos personajes no se levantan sino que, desde el suelo, asumen su condición de vencidos, prenden fuego a la casa y dan el portazo final.
En definitiva La caja fuerte de Elsa De La Cruz es un buen libro inicial con distintas cualidades estructurales y con una visión del mundo signada por la soledad y la pérdida definitiva de la esperanza.