Vagamos por el Mediterráneo
mientras el cielo
se incendia en el horizonte
dando paso a la oscuridad
que suave y callada
se impone en el firmamento.
Desde las orillas
los pueblos costeros
amables saludan
con sus millares de luciérnagas.
En las profundidades de este mar
pedazos de galeones descansan
con hermosos mascarones de proa.
Un inmenso y desolado cementerio
de soberbios destructores
de cañones ociosos.
Submarinos que guardan inmóvil
ya sólo el uniforme y los restos
del aguerrido soldado
en su puesto de combate.
El oleaje arrastra quizá
astillas de embarcaciones aqueas
que sucumbieron a la tormenta
o a la batalla.
ANACAPRI
Apoyo ligeramente mi cuerpo
en una esfinge de granito.
Una joya más
colocada en los jardines
de la excéntrica Villa de San Michele
desde donde se contempla a lo lejos
-entre la bruma de la mañana-
el Golfo de Nápoles.
Murmuran los lugareños
que en Anacapri Alex Munthe
fue un refinado anfitrión
del viejo Nietzsche
de Gorki y de Lenin.
Tres caballeros
como Emiliano Zapata
como Pancho Villa
de mirada felina
de atusado bigote.
PROHIBIDO AMOR
El neón golpea un cuerpo desnudo
que armonioso gira
alrededor de una barra.
Lascivas las miradas
la persiguen
queriéndola alcanzar
y devorarla.
Corren el ron y la cerveza.
Suenan Luis Miguel y Ricky Martin.
El liguero de la bailarina
se inunda en dólares.
Ella sonríe y piensa:
en la leche de sus hijos
en el alquiler que no ha pagado
en que ya es muy tarde
en que tiene sueño.
VENTA AMBULANTE
Es como si de pronto
alguien quisiera
que nos muriéramos diunsolo
sin quejarnos
sin levantar polvareda
sin alzar la voz.
Morirnos así
como se mueren de hambre cada día
miles de niños en el mundo.
Que se sepa
pero que no molestemos.
Que a lo sumo
seamos un dato estadístico
en los almanaques de la historia
Confieso que ganas no me faltan
que lo he pensado un montón de veces
mientras miro la foto de la casa donde viví
antes de venir a parar a este sucio mercado
donde me tuve que ir acostumbrando
al terror nocturno
que aquí no es una cuestión sólo psicológica.
¡Les aviso!
no me voy a morir callado.
Voy a levantar polvareda.
Alzaré mi voz para que suene fuerte.
Voy a gritar hasta que retumben las paredes
y a contarles que a mi casa
le cayó una bomba de quinientas libras
cuando yo era joven y tenía fuerzas
para abrazar a mis difuntos hijos
de quienes apenas sí recuerdo sus rostros
y a los que cada día ofrendo mi dolor.
EL HERMANO LEJANO
Lo encontré en Nueva Orleáns
sirviendo en un restaurante
de comida mexicana.
Al principio dudé
pero no
si era chaparrito
moreno y de bigote lampiño
labios gruesos
pelo de un negro azabache
y ojos rasgadamente indígenas.
Pero él
también me reconoció de inmediato
como a uno de los suyos
pues no somos tan distintos.
Pero yo diría que más bien
me descubrió in fraganti
por esa manera de tomar que tengo
cuando viajo fuera de casa
y los recuerdos de la infancia
golpean las puertas del alma.
Nos citamos en el bar Napoleón
que quedaba a la vuelta.
Un famoso bebedero de la ciudad
que después me encontré en una película
de Kevin Costner.
Antes de estos cuatro empleos que tengo
yo era ordenanza –me dijo-
en un centro de gobierno.
Ahí todos hablaban de algún familiar
en los Estados Unidos.
Ahora algunas noches
cuando me meto en la cama
abrazo a mi mujer y lloramos amargamente
hasta quedarnos dormidos como dos niños
soñando a veces con nuestros hijos
que se quedaron a la espera
de viajar a esta tierra prometida
donde vive y muere el hermano lejano.
LOS BARCOS
Arrecia la tormenta.
Los barcos chocan entre sí y se hunden.
Ya no tengo más hojas en el cuaderno.
Retiro los pies de la cuneta.
Me levanto empapado por el agua.
Se acabó la guerra.
Carlos Ernesto García es un salvadoreño, miembro de la RIET, escritor, poeta y corresponsal de prensa en España. Autor del libro de poesía Hasta la cólera se pudre y A quemarropa el amor, del libro de viaje en tono novelado El Sueño del Dragón, del reportaje Bajo la Sombra de Sandino, así como del poemario La maleta en el desván (inédito). Su poesía ha sido traducida al inglés, chino, portugués e italiano.
PRÓLOGO
En La maleta en el desván la intimidad más intransferible y personal vuelve a estar presente, pero ahora se halla mezclada, invadida y habitada por la colectividad: Como si el libro entero fuese un fractal por el que se colaran los treinta últimos años de historia Latinoamericana. Casi puede decirse que cada poema tiene un narrador diferente habitando un tiempo y un espacio diferentes, pero proyectándose todos en un mismo ámbito de espanto y desolación. El temblor de la escritura se funde y se confunde aquí con el temblor de una voz tan plural como única: Diferentes tonos y diferentes planos del tiempo y el espacio conforman aquí una narración coral de víctimas, de asesinos, (y de crímenes que hubiesen sido perfectos si estuvieran muertos todos los testigos).
Jesús Ferrero