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Jamás Tanto Cariño Doloroso
de William Gonzáles Pérez
William Gonzáles Pérez (Lima, 1973) acaba de sacar a la luz su primer poemario, un conjunto de poemas dedicados al viejo y complejo tema del amor. Aludiendo a la antigua interrogante deHölderlin podríamos decir: ¿Para qué amor en tiempos de desamor? Pero no, no son tiempos de desamor, porque sin amor no podría haber humanidad, ni interrogantes, ni nada. El mundo podría sobrevivir sin dios, pero sin amor no. Por eso su complejidad, a su vez su extraña transparencia. Hoy pasa con el amor lo que pasó a inicios del siglo pasado con el arte, lo que decía del arte Ortega y Gasset. Pero no, lo que sucede es que la gran masa, con los medios masivos y las grandes industrias, con su tecnocracia, su pragmatismo salvaje, ha devaluado el significado de esta palabra que poetas como Dante Alighieri elevaron a su real dimensión. El amor está, entonces, en las individualidades, en colectividades no contaminadas con esa masa tecnológica de la moda y sus derivados. Y los poetas saben que así ha sido siempre, y así será. Por eso Jamás tanto cariño doloroso es la demostración de esa persistencia, a través de las diferentes variantes emocionales y dramáticas en torno a este tema. Con un estilo algo surrealista (“una raíz descubierta a la hora del té”), que hace recordar al Westphalen de “Una cabeza humana viene lenta desde el olvido”, y también expresionista (“melodías que transcurren por las venas/ a más de mil por hora sin detener el tiempo/ existimos hoy para contar las monedas”) - homenaje pleno a Neruda -, somos conducidos al territorio fangoso de la luminosidad del deseo del otro (la amada). Si luego salimos heridos, la única cura será también el amor.
Miguel Ildefonso
Decía el escritor cubano Alejo Carpentier, en uno de sus ensayos referente a la problemática de la actual novela latinoamericana que no se puede hablar de una corriente novelística en un país por el solo hecho de existir una gran novela en tal país. Más bien, agregaba, para que un país tenga novela, hay que asistir a la labor de varios novelistas con un esfuerzo continuado y una constante experimentación de la técnica. Traigo a colación esta idea ahora que he leído y releído este primer libro de relatos de ciencia ficción de Carlos E. Saldívar.
Lo primero que se me vino a la mente, al terminar de leer este primer libro de relatos de ciencia ficción, es el nombre de José B. Adolf, solitario cultivador del género de la ciencia ficción en el Perú –aunque Adolf no se limitó a esa corriente-. Otro nombre que surgió rápidamente es el de José Güich de quien he leído dos relatos encontrados en revistas de Internet, relatos que lindan más con lo fantástico que con la ciencia ficción. De modo que, parafraseando lo dicho por Carpentier, no se puede hablar de una corriente literaria de ciencia ficción en el Perú ni de la formación y desarrollo de esta corriente –eso a pesar de la difusión y conocimiento que ya se tiene de los grandes cultivadores y pioneros de este género: Arthur Clarke, Isaac Asimov, Ray Bradbury, etc. Y del auge que ostentan otros países de Sudamérica, caso Argentina- si no ha habido un esfuerzo continuado que alimente y fomente esta corriente.
Valdría entonces preguntarnos, ¿se puede hablar de una corriente de ciencia ficción en el Perú? ¿Qué es la ciencia ficción? La respuesta, creo, lindará con el escepticismo. Habrá que trazar dos líneas en la pizarra y esperar que los lectores –y autores- entiendan la respuesta. –como el personaje de Ribeyro. Lo que sí no me cabe ninguna duda al terminar de leer estos relatos de Carlos E. Saldívar es que son relatos muy bien escritos. Relatos donde la angustia, el amor y la preocupación son tópicos relevantes en este primer libro de Saldívar. Por eso, no sorprende cuando José Güich, prologador del libro, afirma: “Saldívar rinde tributo a los grandes pioneros y referencias… Sin embargo, impone un sello personal a no poca de sus ficciones. Su perspectiva está teñida por cierto fatalismo y desesperanza sobre el destino de la especie humana.” Y es cierto. Los relatos de Saldívar tienen el sello personal de un escritor maduro con hábil dominio de la palabra, estructura y tema.
El primer relato, “El problema del amor”, con que se abre el libro, encierra ya una sorpresa y un asombro por lo bien estructurado que está. El personaje está discutiendo con su pareja en el cuarto. Él se queja de que ella siempre le da la razón en todo y ella de que los hombres son complejos. Al final, ella acepta terminar la relación. El hombre se sitúa detrás de ella, pasa su mano debajo de su nuca y presiona el dedo en el diminuto botón rojo que su pareja tiene en esa parte del cuerpo. Todo ha terminado. Lo que sigue después es un cambio de lugar y de personajes: dos fabricantes de modelos-pareja –especie de robots- del país quienes ante el fracaso de su invención, de su incapacidad de satisfacer con sus “modelos” la soledad de las personas, deciden resolver antes el enigma que los lleva a fracasar; para ello se preguntan. ¿Qué es el amor? ¿Existe?
Otro cuento que sorprende también porque está impregnado de un profundo lirismo y solidaridad es “Volar como los pájaros”. Un hombre que tiene la capacidad de volar encuentra en el vuelo la plenitud de la felicidad; conoce a una mujer que también tiene esa capacidad de volar, y ambos se unen; tienen un hijo y vuelan los tres, junto a las aves y otros seres humanos que también surcan los cielos. Pero su área de vuelo se ve repentinamente limitado por las fronteras que imponen los países. Todo aquel que cruce la frontera aérea será derribado. Muchos de los que tienen la capacidad de volar mueren en el intento de hacerlo. Un día el hijo de la pareja voladora enferma y los padres deben conseguir el remedio en otro país para que sobreviva. La madre decide cruzar la frontera y conseguir el remedio por ser la más ligera y veloz para volar. Lo hace y su regreso es exitoso, solo que, en la frontera, de regreso, ha recibido dos impactos en el cuerpo. Entrega el remedio a su pareja, se desploma y muere. Su hijo se recupera. Y alcanza los 10 años. Pero el padre siempre escucha y lee la noticia de la muerte de los hombres y mujeres voladores en las fronteras, y medita… de la vida y la muerte, de la plenitud de la vida. ¿Algún día podremos hacer que las cosas cambien? Su respuesta es negativa: Jamás podremos volar como los pájaros.
Un tercer cuento, “Y todo final es un nuevo principio”. Trata de la catástrofe acaecida en
Con lo poco que he hablado aquí acerca de la ciencia ficción, no creo que se pueda hablar de un corpus del género en el país –hace poco se llevó a cabo el Primer Congreso Internacional de Literatura Fantástica en Lima, en el Centro de Estudios Cornejo Polar-, pero sí creo que con los relatos de ciencia ficción de Carlos E. Saldívar se amplía y se prevee un promisorio horizonte para la consolidación de este género narrativo en el Perú. Este primer libro de Carlos E. Saldívar así lo demuestra.
Jack Flores Vegaporque te alimenté con esta realidad
mal cocida
por tantas y tan pobres flores del mal
por este absurdo vuelo a ras de pantano
ego te absolvo de mí
laberinto hijo mío
no es tuya la culpa
ni mía
pobre pequeño mío
del que hice este impecable retrato
forzando la oscuridad del día
párpados de miel
y la mejilla constelada
cerrada a cualquier roce
y la hermosísima distancia
de tu cuerpo
tu náusea es mía
la heredaste como heredan los peces
la asfixia
y el color de tus ojos
es también el color de mi ceguera
bajo el que sombras tejen
sombras y tentaciones
y es mía también la huella
de tu talón estrecho
de arcángel
apenas pasado en la entreabierta ventana
y nuestra
para siempre
la música extranjera
de los cielos batientes
ahora leoncillo
encarnación de mi amor
juegas con mis huesos
y te ocultas entre tu belleza
ciego sordo irredento
casi saciado y libre
con tu sangre que ya no deja lugar
para nada ni nadie
aquí me tienes como siempre
dispuesta a la sorpresa
de tus pasos
a todas las primaveras que inventas
y destruyes
a tenderme nada infinita
sobre el mundo
hierba ceniza peste fuego
a lo que quieras por una mirada tuya
que ilumine mis restos
porque así es este amor
que nada comprende
y nada puede
bebes el filtro y te duermes
en ese abismo lleno de ti
música que no ves
colores dichos
largamente explicados al silencio
mezclados como se mezclan los sueños
hasta ese torpe gris
que es despertar
en la gran palma de dios
calva vacía sin extremos
y allí te encuentras
sola y perdida en tu alma
sin más obstáculo que tu cuerpo
sin más puerta que tu cuerpo
así este amor
uno solo y el mismo
con tantos nombres
que a ninguno responde
y tú mirándome
como si no me conocieras
marchándote
como se va la luz del mundo
sin promesas
y otra vez este prado
este prado de negro fuego abandonado
otra vez esta casa vacía
que es mi cuerpo
a donde no has de volver.
ESPECIAL
Blanca Varela, la principal figura de la poesía peruana falleció ayer en su casa de Barranco. Escribió en un poema: “Nadie nos dice cómo voltear la cara contra la pared y morirnos sencillamente…”
Por: Enrique Planas
“Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo”, decía el mexicano Octavio Paz de la obra de Blanca Varela. Sus versos tienen también esa silenciosa sabiduría que nos alumbra y reconforta cuando la muerte nos arrebata lo más querido. Por ello, vuelven ahora a nosotros al enterarnos de que la voz principal de la poesía peruana falleció la mañana de ayer en su casa de Barranco: “La muerte se escribe sola / una raya negra es una raya blanca / el sol es un agujero en el cielo / la plenitud del ojo” (“Concierto animal”, 1999).
La poeta, de 82 años, padecía en los últimos años de una cruel enfermedad cerebrovascular que no solo le había impedido escribir, sino también comunicarse con lucidez.
“Nadie nos dice cómo / voltear la cara contra la pared / y / morirnos sencillamente”, escribía Varela en su libro “El falso teclado” (2001). En este difícil trance, la familia ha cerrado todo contacto con la prensa. Según una fuente cercana a la desaparecida poeta, se ha dispuesto que los servicios funerarios se lleven a cabo en estricto privado y se ha descartado cualquier ceremonia pública. Su cuerpo será cremado.
VIDA Y PALABRA
“Desde Vallejo no habíamos sido convocados a una ceremonia de semejante ingenio melancólico y radical certidumbre. Le debemos a ella esa pura demanda del casi perdido valor de los nombres”, señala el crítico Julio Ortega, quien destaca la capacidad de la escritora para decir tanto con tan despojado lenguaje.
“Blanca Varela era como sus poemas: afable, compleja, atractiva y verdadera”, comenta, conmovido, el escritor Alonso Cueto, amigo de la poeta. “A lo largo de los años, disfruté mucho de su trato y de su lectura. Era capaz de conversar durante muchas horas en un café o a lo largo de caminatas, hasta hacernos sentir la espontaneidad de la amistad. Tenía una insolencia subrayada por la elegancia y el cariño. Nunca la vi como a una persona mayor. Su gracia y su soltura venían de su bondad natural”, recuerda.
Hija de la poeta Esmeralda González Castro, más conocida con el seudónimo de Serafina Quinteras, Varela comenzó sus estudios de Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1943. En esa década conoció a Javier Sologuren y a Jorge Eduardo Eielson, poetas que, junto con Sebastián Salazar Bondy, Washington Delgado y Carlos Germán Belli, formaron la primera línea de la generación del cincuenta. Empero, la crítica suele emparentar su obra con la de dos maestros de una generación anterior: César Moro y Emilio Adolfo Westphalen.
Varela señaló muchas veces que su trayectoria literaria no habría sido la misma sin el apoyo del poeta mexicano Octavio Paz, a quien conoció en París tras llegar, en 1949, al lado del pintor Fernando de Szyszlo, con quien se casó y tuvo dos hijos.
La inquieta poeta limeña se puso en contacto con la intensa vida artística y literaria de entonces, trabando amistad con autores como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Henri Michaux, Alberto Giacometti o Rufino Tamayo. Luego radicarían en las ciudades de Florencia y Washington antes de regresar definitivamente a Lima, en 1962.
En la última década, la obra de Blanca Varela había alcanzado una notable repercusión en España, donde se publicó su poesía reunida en “Donde todo termina abre las alas”, editado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, con prólogo del poeta y ensayista mexicano Adolfo Castañón y epílogo del premio Cervantes Antonio Gamoneda. También circulan la antología “Como Dios en la nada”, en Visor, y su celebrado poemario “Concierto animal”, publicado por la prestigiosa Pre-Textos.
Una de sus últimas apariciones públicas se registró el 31 de octubre del 2007, cuando el Parlamento le impuso la Medalla del Congreso de la República. Como se recuerda, su precario estado de salud le hizo imposible viajar a España para recoger ese mismo año el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
LA FICHA
Nombre: Blanca Varela (Lima, 1926).
Poemarios principales: “Este puerto existe” (1959), “Luz de día” (1963), “Valses y otras falsas confesiones” (1971), “Canto villano” (1978), “Concierto animal” (1999), “El falso teclado” (2001).
Premios: Recibió lauros tan importantes como el Octavio Paz de Poesía (2001), el Federico García Lorca (2006) y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2007).
OPINIONES
“Me aúno al pesar suscitado por la partida de Blanca Varela. En realidad, son las letras hispanoamericanas las que están de duelo. Siempre se la recordará por el legado poético que nos deja, caracterizado por una profunda temática existencial y expresada siempre con el rigor estético de nuestro tiempo”.
CARLOS GERMÁN BELLI. POETA
“A diferencia de los narradores, con los poetas siempre me ha ocurrido que se parecen a lo que escriben. El tono, la atmósfera y la dinámica de su poesía se reflejan en la conducta, la conversación y el trato sus autores. En el caso de Blanca Varela, esta relación era una virtud”.
ALONSO CUETO. NOVELISTA
“Qué gran pena su muerte. Leer a Blanca Varela siempre suscita una conmoción. Decir más con muy poco despoja al lenguaje, y hace de su verdad un despojo. Zozobran las palabras como la última palpitación de lo vivo”.
JULIO ORTEGA. CRÍTICO
© Empresa Editora El Comercio.
La poeta peruana Blanca Varela falleció hoy a los 82 años de edad. Blanca Leonor Varela Gonzáles es considerada como una de las poetas más universales de nuestro país, calificativo que es avalado por recientes premios recibidos por su obra.
Entre las condecoraciones más importantes obtenidos por la poeta están el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, en el año 2001; el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca (2006), convirtiéndose en la primera mujer en obtenerlo; y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2007).
Sobre su obra, la vate develó su perfeccionismo en una entrevista dada a El Comercio en el 2002:
“Yo no tengo un espíritu crítico, pero sí autocrítico, es decir, corrijo mucho. Siempre hago una poda exhaustiva; recorto lo superfluo, lo que no sirve para expresarme. Pero eso es diferente a que yo tenga algo que decir sobre mi poesía; solamente escribo y no puedo hacer crítica sobre lo que hago. Eso se le dejo a los lectores y a los estudiosos. Pienso que cada persona tiene un gusto, una medida: hay poetas que hacen crítica, otros que no, así como hay autores que me gustan, otros que no; hay quienes hacen una obra de tal o cual forma. Yo sólo trato que mi poesía sea poco convencional.”, dijo en ese entonces.
A continuación, los libros que publicó a lo largo de su vida:
Ese puerto existe.
Luz de día.
Valses y otras falsas confesiones.
Ejercicios materiales.
El libro de barro.
Concierto animal.
Canto Villano.
Poesía escogida.
Como Dios en la nada (antología de 1949 a 1988).
Donde todo termina abre las alas.
El falso teclado.
Sarita la bonita.
La locura en tres días.
Carlita.
© Empresa Editora El Comercio.
13:24 | Este texto fue escrito en el 2005, luego de que la obra de la artista fuera antologada por el INC
Por: David Hidalgo Vega
Blanca Valera, una de las voces más importantes de la poesía peruana, acaba de ser homenajeada con una antología por el INC. El libro, presentado anoche, vuelve a la escena a una mujer de versos desgarrados y vida intensa, que ahora solo quiere estar tranquila
Ningún espíritu puede quedar inmune después de leer a Blanca Varela. Algo se rompe, rasga o tritura dentro de cada nuevo lector. Sus versos son revelaciones que muchos quisieran no tener. Con frecuencia otros autores los toman prestados para, a manera de epígrafes desgarrados, abrir la puerta a las historias más grises. Epígrafes como: “El dolor es una maravillosa cerradura”. O tal vez: “Merodean las bestias del amor en esa ruina/ florece la gangrena del amor/ todavía se agitan las tenazas elásticas/ los pliegues insondables laten”. Y aun más: “¿De qué balcón hinchado de miseria se arrojó la dicha una mañana?”. Todos con su nombre al final. No hay que rebuscar demasiado en sus páginas para encontrar esas frases que parecen alaridos. En el prólogo de una antología que el INC acaba de publicar, la escritora Giovanna Pollarolo advierte: “Para leer a Blanca es preciso disponerse al sobresalto, a la tensión, a la desesperanza y el miedo”. Intriga conocer al puño detrás de esas líneas. Es probable que muchos de sus lectores apenas recuerden su voz. A diferencia de otros autores, Blanca Varela no suele dar entrevistas y sus apariciones en público son más bien discretas. Incluso es poco usual verla en lecturas de poetas. La escritora Rocío Silva Santisteban, estudiosa de su obra y amiga cercana, recuerda una de esas pocas ocasiones, a fines de los años ochenta. “Había pasado varios años sin publicar y sin dar un recital, y Cesáreo Martínez la invitó para leer su obra en el Instituto Peruano Soviético. Fue un montón de gente, porque era como muy raro”. El pintor Fernando de Szyszlo, quien estuvo casado con ella y con quien hasta ahora mantiene una fuerte amistad, también lo considera un privilegio escaso. “No recuerdo haberla escuchado leer sus poemas más de dos veces”, comenta. “Pero cuando la he escuchado ha sido emocionante, porque es muy insegura, conmovida por lo que está leyendo”. Son momentos íntimos: se diría que pronuncia sus versos como si estuviera revelando un secreto a la fuerza.
Silencios
La crudeza de sus versos provoca preguntar si hubo épocas felices en quien los escribió. Las hubo. Una amiga de la universidad de San Marcos la recuerda como una joven hermosa, intensa, de respuestas rápidas. También hay huellas de sus pasos por la recordada peña Pancho Fierro junto con Jorge Eduardo Eielson, Augusto Salazar Bondy, Javier Sologuren: el núcleo de la generación del 50. “Teníamos escapadas a la música con Iturriaga, Pinilla y los Arguedas, José María y Celia. Blanca bailaba muy bien, era muy alegre”, recuerda Szyszlo. En los años posteriores, la poeta se divirtió bailando en París. Octavio Paz —su padrino literario— la llamaba La Reina del Mambo: en la casa del poeta mexicano inventaba formas de bailar el ritmo que llegaba ardiendo desde América. “Siempre tuvo muy buen oído para la música tanto como para la poesía”, refiere Szyszlo. A la poeta de los versos dramáticos incluso le gustaba cantar. Podía entonar valses acompañada por la guitarra de Arguedas, a cuya casa de Puerto Supe llegaba ella con cierta frecuencia. En alguna época compuso boleros. No hay referencias precisas de cuándo ese espíritu empezó a atardecer. “Entre los veinte y cuarenta años tuvimos una vida social muy activa —recuerda el pintor—. Íbamos mucho al teatro Segura. Veíamos obras como “La vida que te di”, de Pirandelo; “Los árboles mueren de pie”, de Casona; “Los hermanos Karamazov”, de Dostoievski. Éramos de ir a las exposiciones, conciertos”. Ella ha ubicado su etapa fundamental en París. Hace cuatro años, en un texto autobiográfico para El Dominical de El Comercio, Blanca Varela describió su gusto por las palabras desde niña, sus dudas de adolescente, sus vivencias universitarias y su estancia esencial en esa ciudad. En ese período se interrumpe su crónica. “Lo que pasó después, lo demás, si no está escondido entre mis poemas, entonces está irremediablemente perdido”, escribió. La madurez la empujó a la reserva. Incluso gente que la conoce de varias décadas recuerda que siempre ha tenido una actitud prudente, ajena a los sentimentalismos. “Es una persona que puede mostrarse cariñosa y preocupada, pero no a un punto que se diga maternal”, dice la también poeta Rocío Silva Santisteban, quien prepara una importante antología de ensayos sobre Varela. De hecho, cuando apareció la primera edición recopilatoria de “Canto villano” —publicada a fines de los setenta por el Fondo de Cultura Económica de México— la poeta quedó un tanto decepcionada porque la editorial había puesto una rosa en la carátula. Al parecer en referencia al poema en que ella afirma que esa flor “infesta la poesía/con su arcaico perfume”. En una segunda edición, la ilustración de la carátula fue cambiada por el cuadro “Perro semihundido en la arena”, de Goya, que sin ser demasiado dramático figura en la serie negra del artista. La poeta quedó encantada. Otro episodio que la retrata ocurrió en los años noventa, cuando, alentada por amigos, accedió a postularse como regidora de Barranco, el distrito donde ha vivido por mucho tiempo. Se acercaba el Día de la Madre y la oficina de cultura organizaba una actividad para las señoras del distrito. “Vinieron a la oficina y dijeron: “sería bonito poner un poema de la señora Blanca”. Entonces yo le digo: “Blanca, ¿tendrás un poema por el Día de la Madre?”. Y ella responde: “Ni pensarlo, no tengo nada. Tengo cosas horribles, todo el mundo se va a asustar””, sonríe Fina Capriata, compañera de esos días en el municipio. Por esos días ocurrió también la tragedia que la marcó irreversiblemente: la muerte de Lorenzo, el segundo hijo que tuvo con Fernando de Szyszlo, en un accidente aéreo.
Penas
Es el Rubicón de su tristeza, la línea de no retorno. Su forma de asumir el luto fue como el presagio de un mayor aislamiento: “Anunció (a sus conocidos) que nadie le comentara nada, que nadie le dijera ni una palabra. Nadie se atrevió a variar aquello”, recuerda una amiga cercana. Pero el dolor quebró su salud. “Fue una tragedia tal que ninguno de los dos nos hemos recuperado nunca”, sostiene Szyszlo. La familia entera fue abatida a un punto extremo. “Las hijas de Lorenzo, por ejemplo, no pudieron hablar durante los primeros cinco años”. El estrecho círculo de personas que la frecuenta en sus almuerzos familiares de los miércoles sabe que su corazón tampoco se reconstruyó del todo. “Ni ella ni yo somos abuelos chochos. Con nosotros ocurre que hemos querido tanto a nuestros hijos, que es como tener una cuenta bancaria que se derrocha. Entonces ha quedado poco para los nietos, aunque los queremos mucho”, dice el padre de Lorenzo y Vicente. Alguna vez, en una entrevista, Varela explicó que en su poesía sintetiza los sentimientos sin referencias directas a la realidad. “Incluso cuando murió mi hijo, un momento muy duro para mí, lo que escribo son poemas sobre el dolor pero no hago referencia al suceso”, afirmó. En realidad, es un tema casi vedado. Uno de sus autores favoritos, el rumano-francés Paul Celan, tiene un poema que bien puede explicar ese silencio: “¿Qué tiempo es éste/en el que una conversación/es casi un crimen/porque incluye/ tantas cosas explícitas?”. Blanca Varela, cuya vida depende de las palabras, sintetizó su dolor pero quedó disminuida físicamente. Por eso ha reducido sus actividades a lo indispensable. Hace un tiempo la Universidad de Harvard la invitó para una lectura de sus poemas, pero ella declinó. Así ha rechazado otras invitaciones. Parece valorar la tranquilidad por sobre todas las cosas. Es su derecho: ha viajado a los límites del espíritu para traer la belleza. Su obra ha pagado sus silencios.
“El libro de barro y otros poemas”
Anoche llegó a la presentación de su antología y se retiró sin decir palabra. Apenas unas fotos, unos cuantos libros firmados. En el auditorio del Museo Nacional de Arqueología y Antropología de Pueblo Libre una respetuosa asamblea se había reunido para homenajearla. La poeta Rocío Silva Santisteban abrió la noche con una reseña de su trayectoria. Recordó los días en que Varela ejerció la crítica literaria, su labor al frente de la oficina del Fondo de Cultura Económica en el Perú y como cabeza de la sección local del Pen Club. “En los ochenta, una antología editada por Javier Sologuren hizo que se volviera una autora de culto entre poetas jóvenes”, apuntó. El escritor Abelardo Sánchez León, otro de los presentadores, destacó su lenguaje, que parece estar “escavado en su propia alma, en su propia manera de ver el mundo”. Luis Guillermo Lumbreras, director del INC —que edita “El libro de barro y otros poemas”—, la elogió como parte de la generación del 50, por que “expresó con su arte parte importante de la historia del Perú”. Ella estaba emocionada. Se notaba.
Teléfonos : 3889822 – 996378104
INGRESO LIBRE
Carlos M. Gutiérrez.
Nació en Ameyugo, España, 1965. Actualmente es profesor de literatura del Siglo de Oro en la Universidad de Cincinnati, USA. Ha sido profesor en las universidades de Valladolid (España), Estrasburgo (Francia) y Arizona State (USA). Al excelente estudio La espada, el rayo y la pluma; Quevedo y los campos literarios y de poder (Pardue UP, 2005) se suma la colección de relatos Déjemonos de cuentos (Valladolid: Grammalea, 1994) y también diversos ensayos, relatos artículos y reseñas.
Portada del libro La Red Ciega. Hipocampo Editores, Lima, diciembre de 2008. Diseño de Alex Sifuentes.
Carlos Rengifo
La lectura de La red ciega (Hipocampo Editores, 2008) me ha producido algunas impresiones, una de las cuales encierra, a mi entender, el primer fin, objetivo o deber de la escritura: el trabajo cuidadoso, sólido y estético de la palabra. Lo primero que uno siente, al ingresar a este libro, es que está frente a textos laboriosamente construidos, por encima de las temáticas que, a pesar de sus diferencias, no escapan a una cierta armonía que une al conjunto. Son textos breves y, por ello, de una concentración que da paso a la sugerencia, al guiño, a la complicidad con el lector. El lenguaje se nos presenta con una nitidez que llega, incluso, en algunos casos, a tomar la batuta del concierto narrativo y sale airoso y triunfante como conductor principal de lo que allí se cuenta. Personajes como Don Quijote o Caperucita Roja son vistos con otros ojos, son tratados de otra manera, abordados desde otro ángulo, dándoles una vuelta de tuerca que culmina con una moraleja distinta. No hay nada ceremonioso en este libro. Por momentos, el autor pareciera que jugara, que quisiera simplemente divertirse, y da rienda suelta a sus gustos particulares, tiende celadas para atrapar a los despistados, deja entre líneas una sonrisa cauta que refleja el tono lúdico de sus propósitos.
El libro se abre con la referencia al icono literario del idioma español y culmina con el ratón transgénico que gana un premio literario, celebrado como es debido por la fauna letrada y todo ese figuretismo gremial. En el interín de los otros relatos, asistimos a la obsesión perfeccionista de llevar al límite un oficio dramático; la lucha simbólica y llena de recovecos por obtener un triunfo; el caos citadino trasmutado en frenesí y sensualidad; el cumpleaños más triste del mundo; las reflexiones de un asesino enamorado de su víctima; la patética búsqueda de un jamonero por encontrar a su “media naranja”, supeditada a los cánones publicitarios y faranduleros; el personaje que se cansa de ser personaje e intenta atravesar el umbral de los límites ficcionales; y, en fin, el homenaje a autores y libros delineados curiosamente en la red ciega. Todo ello, entre el sabor agradable de los buenos vocablos y el adjetivo decoroso, entre la dimensión del signo en su frágil batalla de forma y contenido, sabiendo que aquello que degustamos es el resultado de unas judías bien preparadas, de unos mejillones con aires de dejarnos satisfechos y relamiéndonos de gozo.
Julio Cortázar, maestro del cuento, teorizó muchas veces sobre la elaboración de los relatos cortos y su impacto en el lector. Para él, al igual que para Allan Poe, Maupassant, Borges, Chejov, este resulta siendo el género mayor, por encima de la novela, que ahora, por una cuestión sobre todo de marketing, se ha convertido en la vedette del negocio literario. Sin embargo, por su precisión y estructura, por su tejido de filigrana en algunos casos, es el cuento el que debería llevarse todas las palmas, pues allí podemos ver con mayor claridad el arte de la literatura. Es en el cuento donde convergen en su esencia los brillos de una pequeña joya literaria, a la que se llega y disfruta de una sola sentada. No es extraño entonces que quienes deseen incursionar en el terreno pródigo de la belleza escritural, apuesten por el relato corto y sus múltiples posibilidades de abordarlo. En La red ciega vemos esa intención, la de explorar el lenguaje en algunas de sus diversas variables, sin olvidar tampoco el contenido, lo que habrá de darle la vida y sustancia que requiere lo que se narra y muestra.
En estos tiempos de rapidez, ligereza e Internet, ahora que la hojeada o vistazo ha reemplazado a la lectura reconcentrada y sostenida, un libro como La red ciega podría ser la bisagra que invite a lecturas mayores y fortalezca el liderazgo de la palabra bien escrita, ya que de su corta extensión se desprende todo un mundo de caminos y subvías para ver panoramas motivadores y llenos de significados que solo puede ofrecer el cofrecillo interminable de las bellas letras.
Miguel Ildefonso
Los 21 cuentos o relatos breves que conforman La red ciega (Hipocampo Editores, 2008) de Carlos M. Gutiérrez no solo son una exquisita compilación de juegos metaliterarios, con citas y homenajes (llámese Borges, Monterroso, Cervantes, el esperpento de Valle Inclán o la greguería de Gómez de la Serna), en donde campean la sátira, el sarcasmo y la parodia; también es la metáfora de la imposibilidad del hombre de enfrentarse a la eternidad, de volver al pasado para reinventarlo, de modificar el destino, de vencer en el amor, de matar a la muerte o al hastío: es el Aleph o, específicamente, la cueva de Montesinos, en donde se borra la frontera entre la realidad ficcional y la realidad real, en donde el sueño es la vigilia, y la vigilia la literatura, en donde el narrador se hace lector, y el lector protagonista. Dios aquí no existe, porque no es necesario, nos dice el narrador. O en todo caso, dios es otro narrador más en este mundo que necesita recrearse de tiempo en tiempo. Para este fin Carlos M. Gutiérrez aborda sus historias desde diferentes niveles narrativos, buscando la palabra adecuada y la vuelta de tuerca a lo real o lo esperado como, en muchos casos, con los finales sorpresa, creando para ello una atmósfera verbal que ayude a compenetrar al lector en los fantásticos sucesos y en sus cultas digresiones. En esta red de influencias y relecturas, hallamos a personajes hábilmente demarcados como el esperpéntico Hijo de Puta. Si Cortazar pudo crear a sus sesenteros cronopios y famas, Gutiérrez, por qué no, puede hacer lo mismo con su Hijo de Puta. Y, hay que aclarar, que no es ninguna alusión al calificativo que le dio el economista Hernando de Soto a Mario Vargas Llosa hace unos años atrás cuando se enemistaron. Cito el inicio del cuento Elogio del Hijo de Puta: “Un servidor siempre ha pensado que el Hombre es un animal sentimental que adolece de dos limitaciones: animalidad y sentimentalidad. El hijo de puta, mientras, sólo está menoscabado por su condición ferina, lo que no deja de ser ventaja indudable; aunque, ahora que reparo en ello, a ver por qué no va a haber hijos de puta sentimentales, de esos que, abandonando el traje de hijoputa de entre semana, visitan a su madre los domingos y fiestas de guardar.” Es así que esta red ciega nos atrapa sin discriminar a ningún lector, sin demasiado cultismo para el común y sin llaneza para el erudito. Sus historias apelan a la experiencia, están obsesionadas por la literatura pero siempre que tenga que ver con las pulsaciones más ininteligibles del devenir -quizás para resolver algún misterio-, esos múltiples referentes culturales están para atar sus hilos más secretos y así poder penetrar más al fondo de estas aguas encantadas. “Naufrago de la Historia” dice el narrador, en el primer relato del libro, de un Don Quijote extraviado, cuando cae abatido por el cansancio y la tristeza en un lugar lejano; podríamos decir, entonces, que La red ciega es esa vuelta a la Historia, es esa red que nos salvará del naufragio para seguir soñando como Cervantes con los ojos abiertos ante los nuevos molinos del presente y del futuro.
Portada del Sol, 2009
El Ciclo de Poesía Hispanoamericana y Española: “Madrid: una ciudad, muchas voces” se llevará a cabo los días viernes 13, miércoles 18, y viernes 27 de marzo de 2009 en el Centro Hispano Centroamericano sito en Fray Ceferino González, nº 4a las 19:45 p.m. y en el que participarán poetas de Argentina, Cuba, Chile, México, Perú y España; así como músicos y cantantes de diversas nacionalidades.Los poetas participantes son: Nora Alarcón (Perú), Julio Espinoza (Chile), Rodrigo Galarza (Argentina), Eduardo Fariña (Chile), Miguel Ángel Gara (España), José Luis Gómez Toré (España), Alberto Lauro (Cuba), Luis Luna (España), Jesús Malia (España), Miguel Pastrana (España), Óscar Pirot (México), Cecilia Quílez (España), Eduardo Rezzano (Argentina), Antonio Ruiz Pascual (España), María Sangüesa (España), Juan Soros (Chile), Juan Soto (Perú), Diego Valverde (Perú) y Jéssica Zorogastúa (Perú).
El Ciclo de Poesía Hispanoamericana y Española: “Madrid: una ciudad, muchas voces” ya dispone de un blog oficial en el que podrás ver en detalle todo sobre el evento:http://madridunaciudadmuchasvoces.blogspot.com/