Esta colección de cuentos debe ser leída con el cuidado que merece ser tratado un petardo con la mecha encendida: nunca se sabe cuándo explotará. Así son las historias que Jesús Jara ha tejido en esta inquietante y estupenda primera entrega: cuentos donde ningún personaje pasa desapercibido, historias delirantes donde la derrota, la venganza, las luchas y sus esperanzas estrelladas, victorias pírricas al fin y al cabo, arrastrarán inevitablemente al lector hacia el abismo de sus pasiones más íntimas.
Jara se convierte entonces en el autor de un libro trepidante, descarnado, que no pasará desapercibido ante los ojos del lector. Una prosa impecable, directa pero a la vez reflexiva, nos muestra a un escritor de nervio, testigo de su tiempo, crítico y talentoso, del que esperamos ya, próximas entregas.
Gabriel R.S.
Reunión
Es natural que haya consecuencias
al romperle el corazón a un maldito matón..
Kill Bill Vol. II.
Primero: una reunión con personas confiables. Segundo: tu ex enamorada hace su ingreso para presentarnos a su nueva pareja. Tercero: los vinos trepan lentamente. Cuarto: una favorita pieza musical te invita al centro. Quinto: observas detenidamente a Nadia. Sexto: recuerdos renacen cuando te encaminas hacia ella. Séptimo: un tipo se te interpone. Octavo: un empujón consigue derribarlo. Noveno: la tomas del brazo y sales de la reunión, mientras el caído es pieza de golpes financiados por ti. Décimo: frente a frente le dices que no la has podido olvidar, y súbitamente un beso los une. Dejan la reunión, olvidando el motivo: tu onomástico. Tomados de la mano caminan en silencio por las calles. Las tenues luces de algunos postes alumbran lo que tienen que alumbrar: dos seres abandonados al presente, al momento. Y a unos cuantos metros, el espacio al cual se dirigen: un hotel. Ahí te esperan ellos.
El recepcionista te entrega la llave del cuarto ya alquilado por tus amigos. Suben hacia el tercer piso. En su mirada notas predisposición, un “confío en ti” pronunciado, el cual te hace su dueño provisional. Tu celular vibra. Pides unos segundos a Nadia para contestar la llamada, y te alejas un poco. La confirmación de la voz te hace sentir regocijado. Era lo que necesitabas oír. Cuelgas y vas directamente hacia la chica que te espera en la puerta del cuarto. La besas tocando sus pequeños senos. Introduces la llave e ingresan. Una oscuridad los envuelve. Enciendes las velas aromatizantes preparadas para la ocasión. Empiezas a desvestirla, y te percatas, por vez primera, de que la niña de diecinueve años ha quedado relegada, olvidada en la nueva anatomía que tus ojos presencian dificultosamente. Llegan a la cama y el sexo se vuelve el protagonista. Acomodándose para una nueva postura, ella los ve. Sentados, con las piernas abiertas, ellos se masturban.
Nadia intenta desesperadamente separarse de ti. Sus gritos son estruendosos. Nadie la escuchará. El hotel está dispuesto a tu dinero. El recepcionista es Ricardo, un antiguo condiscípulo de la universidad. Cuando le comentaste la idea no la aceptó, pero después de que le propusiste una buena suma de dinero, más de lo que ganaría en un día entero, aceptó. Fue así que se convirtió en tu nuevo cómplice.
Los gritos continúan. Le propinas un fuerte golpe en el rostro para que guarde silencio. Sus lágrimas se mezclan con una línea de sangre que fluye desde su nariz. Te pide explicaciones. “¿Se las das o no?”, piensas. Pero sólo te limitas a propinarle otro golpe. Tu participación en el cuerpo y en la vida de Nadia, terminó. “Ya no hay nadie más a quien joder”, dices interiormente. Y sabes que es la verdad, la única verdad. Das la señal para que ellos continúen. La amarran en la cama, y empiezan a tomarla. No sientes piedad alguna por ella. Cuando le dijiste que aún no la habías podido olvidar, fue para traerla a este lugar, a esta situación. Sabías que por más que ella continuaba con su larga lista de enamorados, no conseguía apagar la candencia de tus recuerdos. Te paras para proporcionarles a los hombres que tienes al frente ciertos cuchillos y navajas. “Hagan lo que deseen”, les dices, y sales del cuarto.
Cuatro horas han pasado hasta que Carlos y Enrique llegan al bar en donde te encuentras. “Ya, Jesús. Todo hecho”. “¿Y los cuerpos?”, preguntas. “No te preocupes. Nunca aparecerán”. Y se marchan cuando les entregas el fajo de billetes en agradecimiento por su trabajo. Terminas tu vaso de ron y, ante la vista de los pocos parroquianos, coges tu arma y te das un disparo en la cabeza.